Hemos consumido un tercio del mes de marzo 2014, un preludio de primavera invade Encina Hermosa, cubierta de una gran tapiz verde salpicado de flores de colores.
En el inicio de la mañana las cigüeñas pescan con mucha agilidad en las lagunas. Los pájaros interpretan todo tipo de cantos. Las garzas vigilan las ranas de las charcas, este año tenemos agua para dar y tomar y se encuentran a rebosar. Las encinas y los alcornoques después de un invierno colmado de precipitaciones prestan robustez y buen color incluso parece que alargan más su larga vida, a lo lejos el canto monótono del cuco llena la dehesa de misterio y encanto y para el perfecto colofón aparece una cigüeña negra, siempre escasas y solitarías que marca un nuevo matiz en tan preciosa mañana.
Ante la eminente temporada taurina 2014, comienzan las Fallas de Valencia,, nos invade a los aficionados una honda preocupación, por la cada vez más perdída personalidad del toro, y por tanto nos encontramos con una año más lleno de sombras que de luces.
Hemos pasado a un toro cada vez más docil, más manejable, y sin poder decir que inofensivo, pero tan tratable que esa fiereza indomable que siempre le caracterizó en los ruedos y durante tantos años, hoy nos lo presentan sin esa fuerte e incomparable " emoción " que dió a la Fiesta ese aspecto cruento, no asequible a espíritus delicados, y con una gran posibilidad de riesgo que siempre fue tan cotizado y estimada por los espectadores.
En el circo no se aplaude igual al trapecista que ejecuta su trabajo con red protectora que al que lo realiza sin ella.
Hoy, los toros tienen red, y de aquí esa falta de " emoción " que vivímos cada tarde en los tendidos..
El toro - él solo y por si solo - es un gran espectáculo. En la plaza se reunen los dos.
Incluso parece que sin la reunión de los dos no hay nada. Pero no es cierto. Si suprimimos al torero, y el toro solo interesa. Ahí está, la desencajonada, el apartado de las doce de la mañana, donde el público paga por ver al toro solo, sin torero, en los corrales.
Por eso el aficionado tiene puestas sus esperanzas año tras año en el toro.
Pero si en las Plazas nos quejamos de la falta de " emoción " y del toro bobalicón, en las dehesas es impresionante comprobar diariamente las peleas del toro bravo.
Es un espectáculo emocionante y dramático a la vez, por el terrible choque de sus afiladas astas y las casí trágicas consecuencias del combate, este es uno de los espectáculos de más bárbara belleza e incluso de más intensa y sugestiva grandiosidad que se puede comtemplar.
En el ruedo nunca se advierte en un toro, por bravo que nos parezca la imponente gallardía y esa fiereza terrorífica de que dan muestras en las dehesas.
Cuando a diario se pelean, por cambios de tiempo, viento, etc, retumban los cercados tras el rabioso bramido de los rivales y el seco golpe de sus hachazos, ciegos de coraje; babeando espumarajos, de sus irritados ojos brotan relámpagos de fuego, la tierra tiembla y se remueve, las pezuñas levantan nubes de polvo, mientras algunos toros curiosos asisten al desenlace del cornudo duelo.
Ese preludio del combate, ante toda la manada agachan tuercen la cabeza mirandose de reojo, empinan la cola, mugen excitados, es un duelo a muerte entre dos o más toros en el que siempre existe vencedor y vencido.
Una masa, soldadas sus cabezas, avanza y retrocede, se afianza en los sitios más llanos, resbalando en las laderas, corren y se pegan con tanta velocidad que si llegan a una pared de piedra la tiran al suelo.
Trenzados los puñales que siegan atrozmente los rizos de la frente y el drama, el espantoso drama continúa, sin cuartel, sin tregua de ningún tipo, sin un momento de respiro.
Las astas por un instante quedan libres, otras derrotan al aire o en la carne, el aliento hirviente de los toros en esos momentos es espantoso, rendidos, jadeantes cosidos a cornadas, cobarde incluso moribundo, abandonan la lucha, huyendo a la espesura del cercado perseguido por un grupo de toros, mientras que el vencedor pavonea su triunfo para que se entere toda la manada, que él es el toro mandón, el más poderoso, el que quiere y puede imponer sus caprichos a los demás.
Y lo manifiesta diariamente mandando en la manada, en los comederos del pienso que recorre uno a uno sin apenas probar bocado con el único fín de que se retiren de los mismo a su paso. A la hora de beber tiene que beber el primero y hasta que esto ocurre no deja que ningún toro se acerque al agua.
Es tal el odio que tiene la manda hacía el toro " mandón ", que lo soportan, pero un día, como si se reunieran en concilio, van por él varios toros de los más fuertes y en la pelea de tres o cuatro contra uno, gana la mayoría.
Normalmente el aficionado piensa y opina - si se pelean tanto pues que los aparten, pero ello trae inmediatas consecuencias. Si los toros apartados para una corrida, alguno no se puede lidiar por cojera, etc, resulta muy complicado unirlo a otro grupo porque al desconocerse, se pelean de nuevo.
Los toros saben " guardar " y " esperar " ; en una palabra saben vengarse.
Es la gran preocupación del ganadero, que le den la triste noticia : " Cornearon a fulano y mengano quedó cojo y con un pitón roto,
En cuanto al toro perdedor al " abochornado " se retira solitario y es muy peligroso acercarse a él, pues es el único toro que se arranca en campo abierto.
Me viene en mente el toro " Campasolo " del marqués de Salas, era un toro cárdeno y careto, que era un asesino. En cuatro años liquidó a cornadas cuatro toros de su camada, una vaca y dos becerros.
De ahí la paciencia extrema del ganadero al tener que enfrentarse diariamente al terrible drama de las peleas de los toros.
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