lunes, 26 de octubre de 2015

MANOLETE..... su tauromaquia ( Capítulo XIII )



El campanario de la cercana iglesia de San Francisco dio las tres de la madrugada, Manolete descansaba en la habitación 42, en la planta baja del Hotel Cervantes.
Don Fernando Garrido Arboleda, director del hospital de los Marqueses de Linares, era sobre todo el médico de los mineros del barrio de la Cruz. Su experiencia como cirujano le llevó a salvar muchas vidas en aquel gran hospital.
Pero la gran afición del doctor Garrido era la cirugía taurina que desarrollaba como jefe de los servicios médicos de la plaza de Linares.
Los médicos más famosos eran Jiménez Guinea y Tamames, éste de los Dominguines, que desarrollaban su trabajo en el Sanatorio de Toreros de Madrid, y cuyo prestigio era reconocido en toda España.
El sol caía impecable sobre el hotel Cervantes, la habitación 42, en la planta baja, era, posiblemente, la más fresca del hotel, y por esta razón la había reservado Camará para Manolete, desde la primera vez que toreó en Linares.
Desde hora temprana, los curiosos y aficionados se habían arremolinado frente al hotel para ver a las cuadrillas y a los apoderados de los toreros. Los aficionados iban del sorteo al hotel, a la espera de conseguir una entrada o saludar a los toreros.
Manolete se encontraba insimismado en su mundo intimo, muy lejos de la corrida de la tarde. Su salud era deficiente, se había ido debilitando poco a poco en los últimos meses.
La frágil salud del espada que arrastraba la indiferencia y el desencanto de todo. La madurez de Manolete le había mostrado, de pronto, la realidad de su vida. El ídolo de los públicos, el hombre más popular de la década de los cuarenta, estaba tumbado en la cama de un hotel, sin ilusión, sin fuerzas, indispuesto y con la enorme responsabilidad de matar una corrida de Miura ante un público exigente y contradictorio que se venía gozando con la repulsa sistemática al diestro, azuzado por el grupo de partidarios de Luis Miguel Domingín que seguía a Manolete en sus corridas por España con la consigna de abroncarle en todas sus actuaciones y arrastrar al público en su crítica al diestro de Córdoba, porque los fracasos de Manolete eran triunfos para el joven madrileño apoderado por su padre, que estaba dispuesto a que su hijo ocupara el primer lugar del escalafón taurino.
Su matrimonio con Lupe Sino seguía contando con la oposición de su madre doña Angustías, y de su apoderado ; pero él estaba decidido a casarse con ella y a retirarse del toreo, al que ya no podía dar más.
La compañia del crítico Antonio Bellón, hombre culto,de conversación reposada e inteligente, ponía en la vida de Manolete un punto de paz espiritual en aquella etapa crítica, cuando todo se le volvía de espaldas y el ídolo se desmoronaba bajo su pena de barro.
Le quedaban todavía 27 corridas en septiembre y ocho en octubre, antes de despedirse el 19 de octubre en la plaza de Barcelona. Y en noviembre se trasladaría a Colombia para cumplir un ventajoso contrato con la empresa de la plaza de toros de Bogotá. Pero estas corridas que años atrás le hubieran ilusionado, era una carga que, aquel mediodía, se sentía incapaz de afrontar.
Pidió otro cigarro a Camará y lo fumó en silencio, mientras en la calle llegaba el rumor de la gente arremolinada ante la puerta del hotel.
Cuando llegó Pinturas a la plaza de Linares, alguien le advirtió que dos miuras se habían matado hacía unas horas en los corrales. Camará, conversaba con Bernardino Jiménez y Pedro Balaña.
A las doce en punto, en presencia del presidente de la corrida, se inició el sorteo.
Tras un buen rato de controversia entre los banderilleros de las tres cuadrillas, los lotes quedaron determinados. Para ello se había tenido en cuenta el tamaño, los kilos, los pitones, y la zona de los cuartos traseros. Porque a los toreros lo que les preocupa es el poder del toro, que se manifiesta en los cuartos traseros. Con los riñones derriban los toros a los picadores y fuerzan las cornadas.
Camará le preguntó a Pinturas :
- ¿ Cómo ha ido el sorteo, Antonio ?
- Tóo arreglao, don José, Zuperió.
Un camarero limpió con esmero una bandeja en el hotel Cervantes hasta hacerla relucir. Sobre ella, con cuidado, un punto nervioso, colocó una copa de cerveza fresca, un huevo a la copa y una raja de melón.
Ésta iba a ser la comida del diestro cordobés, más frugal que en otras ocasiones, debido a sus molestias instentinales.
Se aproximó con cierto apuro a la habitación y llamó con los nudillos. Abrió Camará.
- La comida, señor - dijo el camarero.
- Déjala en la mesa - respondió el apoderado, oculto tras sus gafas negras.
- ¿ Mandan algo más ?
- Lo que tomen los señores que han venido de Córdoba lo pago yó, ¿ estamos ? - dijo Manolete, incorporándose en el lecho - , ¿ Qué hora es, don José ?
- Cerca de la una.
Camará puso discretamente una propina en la mano del camarero, que abandonó la habitación entre sonriente y aturdido por haber visto tan cerca a su ídolo de siempre.
- Sabe usted ? Me gustaría haber acabado la temporada. Nunca me había pesado una corrida tanto como hoy.
Yo quisiera cortar las orejas a los miuras para demostrar a Luis Miguel que aquel novillero que llevaba un traje alquilado en Tetuán de las Victorias sigue siendo el número uno.
- Y lo eres, Manolo .
Manolete los días de corrida comía muy poco. Aquel día, decía Antonio Bellón : " recuerdo que tenía mucha sed ".
En cambio los días de corrida cenaba muy bien.
Las dieciocho mesas del comedor del hotel Cervantes se ocuparon entre las dos y las tres de la tarde. La cuadrilla de Manolete se reunió con Camará en dos de ellas, mientras la de Gitanillo de Triana comía junto a los ventanales de la calle Julio Burell.
Cuando Manolete terminó el frugal almuerzo, encargó a Camará que no le molestaran y de dispuso a echar una siesta, después de fumarse otro cigarrillo con la mirada perdida en el techo blanco de la habitación.
A los pocos instantes, el diestro se durmió, aislándose de su realidad.
Se acercaban las cinco de la tarde la entrada al patio de caballos por la rampa adoquinada de la calle Argüelles estaba atestada de aficionados.
Sobre el suelo del patio de caballos resonaban los hierros de los picadores, la gente se arremolinaba junto a la puerta de la capilla a la espera de ver salir a los diestros.
- Se ha acabado el papel, Manolo - dijo Camará, disimulando una tenue sonrisa.
Camará ajusto la corrida en doscientas cincuenta mil pesetas ; Balañá llenaba la plaza en su primer año de arrendamiento.
Manuel Rodríguez Sánchez " Manolete ", soltero y con treinta años comenzaba su último paseillo, en la oscuridad del chiquero pestilente, la muerte.
( Continuará )





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