miércoles, 25 de julio de 2018

EL TORO




El toro en la dehesa, en su habitat, es distinto, es otro, nada tiene que ver con el que contemplamos en la plaza, El toro en su cercado está quieto, desafiante, con la cabeza levantada, astifinos los pitones, los ojos brillantes.
El toro en el campo observa al que pasa por su lado, vuelve la cara despacio y mira. Observa un rato ; luego baja la cabeza y sabe de sobra que el vaquero que les cuida forma parte de su universo diario que él conoce muy bien. Porque el toro bravo, en el campo sabe cuándo se apaga el calor de la dehesa, conoce la hora que surgen los grillos y la que los vaqueros repasan las cancelas. Y es que los toros de lidia tienen memoria, con su vida metódica y rigurosa, ocurre a la hora de los piensos que cuando no se les lleva ellos acuden a los comederos puntualmente y esperan hasta que llega.
El toro tiene escogidos sus sitios para echarse, para reunirse, para resguardarse del viento y del frío, y para tomar el sol. En la manada es pacífico, tranquilo y tímido, en una palabra el toro en el campo es un verdadero espectáculo.
Es un animal bravo y noble. Es fiero y parece manso. Es de una enorme fortaleza y apenas hace uso de la fuerza. Su vida es selección y cuidado. Muere joven, como los elegidos de los dioses, y hasta el último momento lucha en la plaza.
Lo bueno con el toro es pasar entre ellos sin molestarlos. La nobleza, la tranquilidad adquirida por el trato continuo, es esencial y muy importante a la hora de trasladarlos y encerrarlos.
El toro en la dehesa no tiene miedo al hombre, no se asusta, obedece con tranquilidad y si se le manda despacio acepta de buen grado lo que se le manda.
La mirada del toro es larga, fija, intensa. Pero el toro no ve demasiado bien, bizquea un poco, es miope, la posición lateral de los ojos, le permiten ver mejor de costado, pero a los pocos metros se difumina. Pero hasta en eso la mirada del toro es distinta en el campo y la encolerizada, que clava en el torero en la plaza.
El toro es de vida sedentaria, es un animal perezoso, que corre poco, come, bebe y se acuesta.
Lo normal al pasar de utrero a toro es hacerles correr cada dos días obligándoles a galopar, al principio se fatigan, y a medida que va aumentando el número de paseos los toros van desarrollando su tórax y mejorando su rendimiento físico.
Hay que empezar poco a poco, de una forma progresiva. El primer día al paso, después al trote, al galope, luego siempre con cierta cadencia, porque tampoco te puedes echar encima del toro durante la carrera.
Los toros de agosto a noviembre se tienen juntos, a la camada en diciembre se hacen los lotes, por cara, hechura, reata, se apartan de siete en siete.
Hoy en día las plazas de tienta en las ganaderías se han agrandado con el fín de tentar las becerras y los machos a más distancia del caballo de picar.
Es una forma de seleccionar con la distancia una de las más bellas cualidades de la bravura ; arrancarse de largo, observar el galope de la arrancada, la prontitud de la misma y la codicia con que la realiza.
Sin embargo hay ganaderos que, por tradición, conservan su plaza de tientas de forma antigua, como la ganadería de Miura, que mantiene el formato cuadrado y la conserva, pese a que hizo una nueva plaza en la finca actual Zahariche, de igual forma y dimensiones. Es un homenaje a sus antecesores, que merecen ese recuerdo.
Las cogidas de los toros están en el toreo. Siempre han estado con su tremenda presencia de posibilidad, con la violencia de sus apariciones reales y verdaderas. No respetan la sabiduría del torero, y dejan huella. Muestran preferencias por los toreros que más puramente pretenden hacer de la eficacia un arte. Acabaron con la vida de " Curro Puya ", " Granero ", " Manolete " y hubo toros que ni tan siquiera dieron tiempo a morirse a " Joselito " y " Yiyo " .
Muchas victimas en la Fiesta y es natural que surja el misterio y que se esfuercen en descubrirlo.
En ese afán nacieron las dos teorías contrapuestas y complementarias. Una, atribuyendo la cogida a las equivocaciones del torero. La otra defendida por Juan Belmonte, asegurando que los toros se equivocan también. Está claro, pues, que la problemática de las cogidas viene a ser real y verdaderamente la tragedia de las equivocaciones.
La verdad es que la cogida llega siempre por un desequilibrio, por una desproporción entre el toro y el torero.
La segunda parte del último tercio de la lidia tiene una gran importancia en una corrida, la estocada, la hora suprema de la verdad.
El hombre de luces está colocado frente a frente de la fiera de la que puede sobrevenirle la muerte. Su seguridad, su saber y su destreza pueden salvarlo. Un ligero, extraño de la fiera o una leve irreflexión del torero pueden provocar la tragedia tantas veces llorada en los ruedos.
El premio que actualmente se le concede " al toro de bandera " es la vuelta al ruedo, por petición del público.
El tema suele ser objeto de polémica, toda vez que en raras ocasiones la unanimidad de criterios favorables no se producen en el momento de decidir si las condiciones durante los tres tercios de la lidia.
¿ Cuándo se arranca un toro bravo en el campo ?
No se sabe a ciencia cierta, pero siempre se produce por algo que le inquieta.
Siempre hay que desconfiar, del toro solitario. Habrá que andar entre él a caballo, sin movimientos bruscos, de los cuales recelan. Lo saben muy bien los vaqueros que van a repasarlos ; si están echados, hay momentos en que hay que espantarlos para que se levanten. Su actitud no es, entonces, igual ; hay veces que se levantan y huyen a medio trote ; otras se van levantando al paso, y otras te miran o te desafían plantados. Se trata de una llamada de atención. Un toro que no huye como los demás es un toro que prepara su ocasión para arrancarse.
¿ Y por qué ese empeño del vaquero en levantarlo y no dejarlo en paz ? Cumple con su obligación, puesto que el toro puede estar cojo por algún encuentro con otro, o herido, si fuera así es deber del vaquero de vigilarlo para poder llegar a tiempo en la cura.
Menos mal que el toro anuncia el más leve, insignificante movimiento, y antes de arrancarse, avisa, mueve la cara, mira amenazante, lo da a entender.
Atención, sobre todo , a las orejas del toro.
" Hijo mio, fijate en las orejas mejor que en los cuernos ", recomendaba un torero viejo a su sobrino, en trance de ser torero, le decía :
- Si el toro mueve la oreja del lado izquierdo, deberá el matador escapar por la derecha. Y si mueve la derecha por el lado izquierdo.
Conocer al toro en el campo es esencial y esto no se aprende en un día sino en años.
En el campo existe la ley, irrevocable de la costumbre y del conocimiento en el trato continuo con los toros, lo que sólo se aprende al vivir a su lado. Por lo general el toro de eral se arranca poco ; de utrero, suele arrancarse bastante los primeros días después de separados en lotes.
El caballo de los vaqueros presiente ante un toro solitario y mueve también sus orejas con un ligero temblor, como una señal de alarma.
Un día recuerdo, vino a ver unos toros un torero que quería torear un festival, venía con un coche nuevo y quería verlos a toda costa desde él. Yo le acompañaba a caballo. Se bajo del coche y le advertí su imprudencia. Le avisé nuevamente. Y me dijo que estaba acostumbrado. No acababa de decirlo, cuando se arrancó uno y gracias a que tenía la puerta del coche abierta y el motor en marcha, pudo entrar por pelos y arrancar pero el novillo le seguía y levantó el coche en vilo, como si fuera un muñeco, la maleta la dejó como una acordeón.
Felizmente gracias a las voces de los vaqueros y la mía, hizo que el novillo se viniera hacia nuestros caballos y lo juntamos a favor de querencia con el resto. Todo pasó en minutos. Después aquello sirvió de lección para todos y pienso que para mucho tiempo.
                                                            Los andares de mi jaca
                                                            no los pinta un pintor fino.
                                                            Los andares de mi jaca.
                                                            Pero yo los examino
                                                            cuando el agua los retrata
                                                            en los charcos del camino.





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