Con pena termino hoy de narrarles el último capítulo de Juan Belmonte.
Nos habíamos acostumbrado al personaje de Juan, y cuesta dejar de contar las innumerables vicisitudes de "El Pasmo de Triana", como recordarán comenzamos el 22-02-11.
Como he podido comprobar a lo largo de este tiempo, con el entusiasmo que han seguido los distintos capítulos de Belmonte, en los espacios que queden libres les pondré las biografías de Joselito, de su hermano Rafael y de Ignacio Sánchez Mejias, en ese orden. Son personajes con una personalidad excepcional y de un gran atractivo que espero sea de su agrado.
El último capítulo lo dedicaré a contar cuatro episodios de la vida de Juan Belmonte.
El primero.
El día 30 de Septiembre de 1927, Juan tenía que torear en la Plaza de Córdoba. El desplazamiento de Madrid a la ciudad de la Mezquita lo hizo por carretera en un magnífico coche.
Le acompañaba un amigo y su mozo de espadas.En uno de los pueblos del trayecto pararon unos momentos para refrescar. Tomaron mariscos y cerveza. Reanudaron el viaje, pero al llegar a Córdoba, Belmonte y sus acompañantes estaban enfermos. Padecían una grave intoxicación producida por las malas condiciones de los mariscos.
El termómetro acusó que tenían fiebre, cerca de los cuarenta grados. El amigo y el mozo de espadas hicieron cama seguidamente. Pero Juan, a pesar del dictamen del facultativo, se negó a imitarles. El, con su genuino pundonor, no quería defraudar al público cordobés, que tanto entusiasmo había mostrado por verle aquella tarde. Ni tampoco perjudicar los intereses del empresario.
En el momento de empezar la corrida Juan tenía treinta y nueve grados. Resistió firmemente.
Al hacer el paseillo, el público, sin percatarse del estado del diestro le ovacionó calurosamente.
Fue una tarde apoteósica de alegría torera. Palmas, sombreros al ruedo y orejas. Cuando de una certera media estocada derribó a su segundo oponente, y en el momento que se encaminaba a las tablas, cayó a tierra desvanecido. El esfuerzo realizados había sido enorme.
Y, al fín, falló su resistencia física. Pero Juan Belmonte había cumplido su compromiso con el público cordobés.
Siempre se habló de la carencia de facultades de Belmonte, es cierto que su organismo era enfermizo, pero en esta ocasión demostró que su naturaleza era de acero.
El segundo.
En los primeros días de Noviembre de 1913, Juan Belmonte embarcó en el Havre con rumbo a la ciudad de los rascacielos. El día 9 del mismo mes tenía que torear en unión de Vicente Pastor, en la plaza de México. Con el diestro iba su cuadrilla formada por Pinturas, Vito, Calderón y Pilín, el picador Céntimo y Antonio su mozo de espadas.
Todo barco que llegaba a la gran ciudad neoyorquina era sometida la tripulación a una minuciosa y severísima inspección de sanidad. Uno por uno, todos los pasajeros fueron reconocidos y aquel que acusara el más ligero sintoma de enfermedad infecciosa no se le autorizaba a entrar en la ciudad, quedando temporalmente recluido en un lazareto instalado a tal efecto en una pequeña isla cerca del puerto, y si el enfermo no curaba en poco tiempo lo mandaban al lugar de procedencia.
Belmonte y su mozo de espadas Antonio fueron obligados a hospitalizarse en el lazareto por creer el médico inspector que padecían tifoideas. En Juan no era más que unos transtornos de hígado, motivado por los reiterados mareos que sufrió durante la travesía y en Antonio una infección gástrica de poca importancia.
Juan se desesperaba en aquella isla, pues la fecha de la corrida se acercaba. Por fín, después de una odisea indescríptible, logró llegar a la capital azteca unos minutos antes de comenzar el festejo.
El tercero.
Cuando terminó las corridas de su primer contrato en México, se encontró con dinero abundante, y pudo realizar al fín, una de las ilusiones de su vida, poseer un gran coche pintado de blanco. El automóvil de Belmonte consiguió una popularidad tan grande como la de su propietario, y como entonces era desbordante la pasión que gran parte de los aficionados tenían puesta en el arte del diestro, para exteriorizarla de una forma nueva y expresiva, se lo ocurrió a uno de ellos escribir con un carboncillo en la carrocería, impecablemente limpia, una frase admirativa acompañada de la firma y de la fecha. A los pocos días, el coche, que tan orgulloso se mostraba su dueño de presentarlo tan blanco, aparecía con centenares de firmas de espontaneos admiradores. Como ya, más que un automóvil, parecía un ambulante álbum de autográfos, el diestro se vió obligado en contra de su voluntad, a pintarlo de nuevo, pero esta vez de un color más oscuro.
Desde los tiempos de novillero, Juan siente una afición incontenible, una verdadera ansia por ilustrarse, con el secreto anhelo de hacerse un hombre culto.
El no ignoraba que los mejores elementos para conseguirlo era rodearse de selectas amistades, leer mucho y viajar por el Extranjero. Y en efecto, su programa cultural lo cumplió fielmente. Sus mejores amigos eran escritores, periodistas, pintores, músicos, y escultores. Leía sin cesar, todas las obras de interés que se publicaban las adquiría, llegando a formar una selecta biblioteca. Y, por último, esperaba tener la ocasión de hacer un viaje por el mundo especialmente por los Estados Unidos.
Y como todo llega en este mundo, Belmonte pudo realizar su deseo en el año 1922.
Estando en Nueva York, en el momento que almorzaba en un hotel, le entregaron un cablegrama de los Ángeles, y lo firmaba Rodolfo Valentino.
¿ Qué le decía a Belmonte ? Pues sencillamente esto: que pasaría por Nueva York con el deseo expreso de conocerle personalmente.
A los seis días de la escena anterior, a la puerta del hotel donde se hospedaba Belmonte paraba un soberbio automóvil, de carrocería niquelada, con un chofer uniformado llamativamente.
Y así, de esta forma, entablaron amistad Juan Belmonte y Rodolfo Valentino, dos hombres que, desde sus respectivos ámbitos artísticos, apasionaban con frenesí a millones y millones de espectadores.
Don Mariano:
ResponderEliminarDigno cierre a tan estupenda serie. Muchas gracias por habernos deleitado con la vida de un torero que a pesar de los años debería ser tomado como ejemplo por los toreros que empiezan, loa que han llegado y los que permanecen.
Un saludo y enhorabuena.
UN hombre. Un Torero. Un Matados de Toros.Un Artista. Irrepetible y ÚNICO, gracias por abrirnos una ventana importante a la historia de una persona como Juan Belmonte.
ResponderEliminarUn cordial saludo.