Juan cayo por entonces en una tertulia de muchachos estrafalarios, que habían adoptado ante la vida una actitud rebelde y original.
Para aquellos no había "consagrados". Ni Fuentes, ni Bombita, ni Machaquito. Solo tenían un mito "Antonio Montes". Juan y sus amigos se creían depositarios de aquel modo de torear del desgraciado Montes.
La tertulia tenía su campo de acción, su escuela de tauromaquia, en la dehesa de Tablada, donde siempre había encerrado ganado bravo o de media casta. Era difícil burlar la vigilancia de los guardas; pero el peligro les atraía y todas las noches, apenas apuntaba la luna allá iban camino del río, ocultando bajo sus chaquetas los improvisados capotillos.
Atravesar el Guadalquivir no era empresa difícil. Si no tenían una barca por allí cerca se lanzaban al agua y nadaban hasta cruzarlo. En la otra banda una vez dentro de los cercados procedían al apartado de uno de los bichos para poder torearlo.
Bien pronto Juan fue el jefe de aquella pandilla de torerillos.
En Tablada, con luna o sin ella (algunas veces colgaban de los palos del cercado luces de carburo), aprendió Juan a torear. Y como allí no había ningún maestro, se fue creando él mismo un estilo, que, perfeccionado después vino a trastocar las reglas clásicas de la lidia.
Allí, en primer lugar, había que desafiar al bicho llegándole con la muleta al mismo hocico, porque muchas veces era la única forma de que el animal pudiera ver lo que tenía delante, y después era preciso darle salida quieto, casi sin moverse.
El toreo de Juan era un toreo de sentimiento, al margen de todos los cánones de la técnica.
Claro es que ni Juan, ni sus compañeros tenían conciencia exacta de que allí, sin proponérselo nadie, estaban haciendo una nueva concepción del toreo. Allí se iniciaba la supervaloración del toreo sobre el bicho.
Juan Belmonte probablemente no había pasado de ser un simple maletilla si su vocación no hubiera contado con la amistad y el tesón de José María Calderón, que años atrás había sido banderillero de Antonio Montes y que andaba por Sevilla dedicado a otros negociejos sin abandonar su afición a los toros. Calderón y el padre de Juan Belmonte eran compadres. Y es natural que el señor José padre de Juan, al tanto de las correrías nocturnas en Tablada, de su hijo quisiera escuchar el consejo de Calderón. Este prometió tomar a su cuidado al muchacho pero aclarando que había de abandonar los cerrados de Tablada.
Calderón dijo, tenemos que probarle en un tentadero y entonces hablaremos..
Y aunque Juan era enemigo de tales prácticas tuvo que ceder e ir con Calderón al tentadero de don Félix Urcola, en el que se reunían aficionados de la categoría de Zuloaga, el industrial onubense don José Tejero y otro más.
A Juan le tocó una vaca muy brava y codiciosa que se revolvía en un palmo de terreno. La impresión que aquel desgarbado muchacho produjo fue buena, Juan toreó con las manos muy bajas y dejándose casi atropellar por el bicho, entendidos sentenciaron que Juan era valiente, pero algo torpe; que tal vez con el tiempo, podría llegar a ser torero. Pero tenía un defecto " codilleaba "
Calderón, cuando volvían del tentadero reprendió a Juan.
La primera vez que vuelvas a torear te voy a poner tablillas en las articulaciones..... Vas a llevar los brazos como si fueran aspas de molino.
Desde entonces Calderón, a pesar de los defectos que apuntaba el discípulo, se lanzó de lleno a su propaganda por las tabernas y " colmaos " que frecuentaba.
De como cumplió su cometido da buena prueba lo que algún tiempo después López Pinillos escribía en " Heraldo de Madrid " : Calderón decía por defender a Belmonte cuando era un desconocido, por anunciar al Mesías de la tauromaquia cuando nadie lo esperaba, expuso su crédito de banderillero de cartel, de peón excelente de cuadrilla formal.
Y como Calderón era hombre serio la fama de Juan fue creciendo, decía este niño ya " veréis " ustedes lo que hace, un buen día quedo contratado para torear en Elvas formando parte de una cuadrilla juvenil. La verdad es que la contrata fue algo original.
Porque realmente quien estaba designado para ir a Elvas era un muchachito trianero llamado " Valdivieso ", que usaba para sus actuaciones taurinas el nombre de Montes II.
Pero a última hora sin saber la razón, desistió, y el empresario tuvo que buscar de prisa y corriendo al sustituto. Y el sustituto fue Juan Belmonte, que tuvo que conformarse con pasar en los carteles y ante el público de Elvas por Montes II, el 6 de Mayo de 1909.
El viaje hasta Elvas fue muy accidentado. El empresario español no tenía dinero más que para llegar a Badajoz.
Allí inició unas gestiones y consiguió que desde Elvas fuesen a recoger a los toreros en un coche.
En la fonda del pueblecito portugués recibió el empresario de Elvas a los muchachos y les saludó con un ceremonioso discurso que los toreros apenas si entendieron preocupados por el banquete que se les había preparado.
Después llegó la hora de ir a la Plaza.
A Juan, el traje que le habían alquilado le venía muy mal, la chupa le estaba grande y las taleguillas no le ajustaban.
Pero, ya en el ruedo Juan se olvidó de su deficiente facha, y después de poner apuradamente un par de banderillas al gusto portugués " a porta gayola ", se despachó a su gusto con aquellos toretes embolados que ofrecían un escaso peligro. ( Continuará )
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