viernes, 28 de septiembre de 2018

RECORDANDO A PEDRO ROMERO





En cierta ocasión, Rafael " el Gallo ", con su aire jocoso, se preguntaba : " ¿ Que debe hacer la gente los domingos por la tarde, en Inglaterra, si allí no hay corridas de toros ? "
En su visión del mundo del toro. " El Divino Calvo " no podía concebir la vida sin toros. Algo parecido le sucede a la mayoría de los aficionados a los toros, ese núcleo entendido que si bien es cada vez más minoritario en la plaza, resulta imprescindible para la Fiesta.
El verdadero aficionado no es un mero espectador del espectáculo de los toros, se siente integrado en él. Ama al toro, el protagonista de la Fiesta, se preocupa por su integridad, esta muy atento a la evolución de la casta en las ganaderías, vela en las corridas, por la pureza de las suertes y asiste cada temporada al mayor número de corridas que le permite su bolsillo.
Entiende la corrida no como un espectáculo más de diversión centrado en sus dos horas de duración, sino como un ritual que empieza por la mañana cuando se levanta y termina cuando se acuesta.
Pero incluso los hay que no se conforman con eso, y han querido comprobar cual es la sensación que se experimenta en los medios de una plaza de tientas cuando, muleta en mano se cita a una becerra.
Pero después de haber participado en este ancestral juego y de percibir su especial sensación cada vez que pasa la becerra, y si encima tiene la suerte de embeberla en la muleta, el delirio es de tal envergadura que no lo olvidará mientras viva.
Del mismo modo que, según Juan Belmonte se torea como se es, también el aficionado percibe el toreo según es
Al visitar la plaza de toros de Ronda a los aficionados nos parece que Pedro Romero sigue viviendo en ella, Nadie, lo ha visto torear, pero todos saben cómo lo hacía, o, si no, se lo imaginan.
Y asomándose al albero de la misma aquel noble recinto, el aficionado siente la irrefrenable atracción de dirigirse a los medios. Al pisar la arena con la sobrecogedora quietud, todo parece consumado.
Dicen que una noche, en Ronda, se le apareció en sueños, a Pedro Romero, un torerillo de Triana lanceando a la verónica. Cinco lances, llevando prendido al toro en el engaño mediante un don desconocido en los brazos, y con un asombroso poder persuasivo en las muñecas lo recogía una y otra vez sin enmendarse.
Después de este extraño sueño, parecía reflejarse en el rostro del ilustre anciano una íntima satisfacción, como si toda la profunda filosofía de su toreo un simple torerillo la hubiera podido condensar, de forma mágica, en cinco prodigiosas verónicas.
Pedro Romero, como primer gran profeta de la Tauromaquia, comprendió que este maravilloso sueño - acontecido pocos días antes de que el tabardillo le infringiera su mortal cabezada - debía interpretarlo como una feliz anunciación.
Así, pues, el torerillo de Triana, Juan Belmonte, con su esperada venida, hizo realidad el sueño - el deseo " realizado sólo en sueños " - de Pedro Romero.
Cierta noche, después de repasar mentalmente una y otra vez las cinco verónicas soñadas, se quedó profundamente dormido. Y, en un entrañable sueño, decide en corto y en derecho, plantarse ante el torerillo.
- Si no tienes fuerza en el cuerpo y no sabes torear, ¿ cómo te lo hiciste para aguantarle a aquel toro cinco verónicas sin enmendarte ?
- Y una media, maestro ; no la olvide.......
El maestro, recobrando su intuición natural, le pregunta de nuevo entrando ya a por uvas :
- ¿ No será tu fuerza exclusivamente mental.... o algo así ?
- Esa es la que usted posee además de la física, maestro, a la mía prefiero llamarla espiritual....
- ¿ Espiritual.... ? Nunca había oído decir esto, Juan... Dime si eso es cierto....
- Si no fuera así, maestro, yo no podría ponerme delante de un toro ; las fuerzas que empleo brotan de ahí dentro, de mi espíritu.
Pedro Romero, dándose perfecta cuenta de que estaba descifrando su enigma, y más seguro ya del terreno que estaba pisando, insiste :
- Pero con esta figura que tienes, ¿ cómo puedes hacer llegar tu labor en el ruedo tan hondamente al tendido ?
- Bien sabe, maestro, que he heredado de usted aquel don desconocido que ahora le llaman temple, la esencia del toreo ; pero no sé si sabe que, aún así no basta.
No te acabo de entender, Juan. ¿ Acaso no dicen ahora que ese don es la clave, la llave maestra del buen toreo ? Si además se tiene tu arte y tu valor.
- En eso lleva usted razón, maestro. Pero el buen toreo...
- Explícate de una vez, Juan.
- No quisiera que pensara que le estoy censurando por algo, maestro....
-Sin tapujos, Juan.
- De acuerdo maestro. Mire usted, según pienso, el buen toreo hay que sentirlo en el ruedo para hacerlo sentir en el tendido.
- Quieres decir, hijo, algo así como....
- Adelante maestro, no..... no se corte.... dígalo usted mismo.....
- De acuerdo, Juan ¿ será algo así como que no se puede emocionar a los demás, sin estar emocionado ?
- Eso es lo que yo creo. La emoción en el tendido sólo puede surgir de su toreo, el basado en la quietud.... pero brindao con sentimiento : ahí está el verdadero arte y si me lo permite.....
- Termina, Juan.... por favor te lo ruego.
- Usted, maestro, concibió el toreo desde la quietud... pero aquella forma de " decir " el arte, única, intransferible, que se trasmite y escucha sólo desde un sentimiento, nació conmigo.
El maestro permaneció callado por unos instantes, mirando fijamente - escrutando - al torerillo. Luego rompe la pausa, susurrando casi de forma imperceptible : " Ahora empiezo a comprender la emoción que sentí cuando soñé las cinco verónicas " ..... El torerillo, sensibilizado, intentando disimular la elevada carga de emotividad del momento, asienta para sus adentros. " No me extraña, fueron tan apretás y sentías....
Pedro Romero, pleno de estupor ante aquel muchacho, y con un halo de ternura en el brillo de sus ojos, como clara muestra de la que no le cabía en el pecho, apoyó su mano aún recia en el caído hombro del torerillo, diciéndole, a la vez que su alegre figura se desvanecía de sus sueños y le dejaba de nuevo en su intimidad con la quieta soledad de la noche : " Me hubiera gustado conocerte, Juan ".
El torerillo, que detrás de este jovial talante escondía una racionalidad propia de la madurez, había puesto el dedo en la llaga de Pedro Romero, en su punto más débil. Quizás estuviera ahí la explicación del porqué le había costado tanto al maestro descifrar su enigma.
Pero, por fin, roto,  con el alma conmovida, comprendió al torerillo : ese chaval, que con una fórmula magistral de dos ingredientes solamente - temple y sentimiento - que la mano del destino prescribió para él, llego a ser el torero más trascendental de la historia. Un torerillo nacido en Sevilla, pero adoptado en Triana, que fraguó su toreo bajo el manto estrellado de los cercaos de Tablada... soñando con ser Antonio Montes ; aquel torero sevillano, de toreo hondo, que llegó de México calcinado pero que dejó plantada viva una simiente, que, un día, recogió en la serranía de Ronda.








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