domingo, 23 de octubre de 2016

CAMINO A LA PLAZA



Después de aquel caluroso día de agosto Vicente, el conductor del camión y el mayoral viajaban hacia la Plaza, y gracias al viento que entraba por las ventanillas pudieron soportar el agobiante calor que continuaba durante la noche.
Era excitante para ellos aunque no podían ver los toros sentir su presencia pesada y quieta en los cajones, tan cerca, a sus espaldas, los siete toros, con toda su furia, encerrados entre maderas.
Poco antes del amanecer, el mayoral le dijo a Vicente que parara. El camión aflojó, paró el motor y se bajaron de la cabina. Todo estaba tranquilo. Los únicos sonidos que les rodeaban eran los grillos, los insectos nocturnos y una lechuza que se escuchaba en la lejanía.
Los toros encerrados en los cajones grises, indicando con una marca en tiza el número de cada toro, parecieron darse cuenta de que el camión no estaba moviéndose. Los olores familiares de pasto y tierra se filtraban entre los del motor caliente y el gas-oil. Empezaron a moverse en los cajones y, cada vez que lo hacían, el camión crujía bajo su peso como un barco en la mar. Mientras flotaba en el aire el fuerte olor a cagajones. El mayoral encendió el mechero y comprobó abriendo las trampillas, una a una, que todas las pezuñas se movían.
Los toros por momentos se habían puesto nerviosos en los cajones. Uno de ellos Carpintero, dió un fuerte bufido y golpeó fuertemente la madera con los cuernos. Otro del final empezó a patear con las pezuñas traseras. El mayoral advirtió a Vicente que arrancara el camión y en marcha de nuevo, el mayoral pensaba en la sospresa que llevarían los toros por la mañana al no ver los bidones del pienso y beber agua a continuación en la laguna.
Estaba amaneciendo, pronto llegarían a su destino ; la poca gente con la que se cruzaron a la entrada de la capital no parecía notar los cajones con los toros marchaban adormilados. Los toros habían conocido el campo, la dehesa, y del que salían por primera vez.
Llegaron a la plaza después de cruzar toda la ciudad, pararon en la puerta que había junto a los corrales.
En la puerta el empresario con varios amigos esperaban la llegada del camión ; se acercaron saludaron a Vicente y al mayoral y la puerta de entrada a los corrales se abrió de par en par y el camión comenzó la maniobra de entrada. Colocaron el camión de forma que el primer cajón quedaba frente a la rampa. Vicente subió sobre los cajones y cogiendo el asa de la primera puerta tiró de ella con fuerza hacia arriba.
La puerta subió hasta la mitad y después por completo de un fuerte tirón. El primer toro Carpintero, parpadeó encandilado. Después de estar encerrado toda la noche, la luz del sol le cegó. Durante un momento pareció tranquilo. meneando la cabeza lentamente de un lado a otro. Luego, moviendo las patas delanteras nerviosamente, bajó la rampa con gran rapidez. Estaba irritado y la irritación hincha a los toros, bombea sus músculos, los llena, los hace parecer más grandes que cuando están tranquilos. Pañofino, en el segundo cajón siempre había parecido más corpulento que sus hermanos, aunque no lo era. Las patas del toro tensas y estiradas, golpearon la tierra con fuerza al embestir a los bueyes que habían puesto en el corral para apaciguarlos en el desembarque.
Después, mientras comenzaba a calmarse y deshincharse, movieron el camión hacia adelante, y Cerrajero irrumpió con fuerza en los corrales, haciendo correr al cabestraje.
Vicente bajó de la cabina y le dió la vuelta al camión ; los cajones habían sido cargados de forma que los toros estaban lomo con lomo, mirando en dirección opuestas, alternativamente. Esto lo hacen los conductores para equilibrar el peso de los toros en el camión durante el viaje.
Colocaron el camión de nuevo junto a la rampa. El mayoral estaba muy pendiente a la bajada de Pañero, silvó y dió voces para distraerle, estaba seguro de que Pañero bajaría precipitadamente por la rampa y se pelearía con otro toro, o cornearía a uno de los cabestros, o derrotaría contra algún burladero. Pero Pañero no tenía prisa en bajar, se quedó un buen rato en el cajón, enseñando sólo los pitones.
El mayoral parecía nervioso y hasta preocupado. Le dió de nuevo voces y Vicente movió la trampilla del cajón y el toro lanzó una fuerte patada. Cuando el toro oyó el golpe salió precipitadamente del cajón, tropezó y cayó. Se había resbalado por la rampa con los cagajones que habían esparcido al salir del cajón los otros toros ; con el cuello estirado intentaba desesperadamente levantarse. Por fin, se puso de pie, en lugar de correr fue hasta los bueyes andando. El toro arrastraba la pata izquierda trasera. Parecía acalambrado, pero el mayoral dijo gritando que se había roto la pata.
Al poco rato, antes de terminar la descarga, un camión aparcó junto a la plaza y cinco hombres con uniformes blancos manchados de sangre bajaron de él.
Poco antes del mediodia, Pañero, el toro de la pata rota, el toro de la hombría y el poder, era trasportada su canal en el camión de los carniceros.
Una vez finalizado el desembarco, los seis toros, fueron llevados uno a uno a una habitación cuyo suelo era una enorme báscula. Allí fueron pesados y después devueltos a los corrales.
De los seis toros, tres estaban todavía muy nerviosos ; tenían los cuartos traseros manchados de cagajones. El mayoral comentaba al mayoral de la plaza que estaban estrechos del viaje, que calculaba que habían perdido treinta kilos. El nerviosismo y los cambios de agua y la comida producen diarrea, por eso el mayoral traía pienso de la ganadería para que no lo extrañaran.
A Pañofino, en el corral los otro toros no paraban de molestarle. Cerrajero negro zaino, el más agresivo, no paraba de intentar montarle.
El mayoral pasó todo el día observando a los toros. Él tenía que estar con ellos, hasta el día siguiente que se lidiarían, separándolos si se peleaban, asegurándose que nos les faltaría agua y pienso.
Llegó el domingo, día de la corrida, por la mañana los toros estaban pacíficos en los corrales. Cerrajero lo tuvo que cambiar el mayoral a otro corral con un cabestro, por sus continuas peleas con el resto. Los seis eran negros zaínos.
Las autoridades empezaron a llegar y aunque el día anterior hicieron el reconocimiento previo del cual salieron aprobados los seis, más un sobrero que tenía la empresa, tenían que verificar que seguían reuniendo las condiciones físicas necesarias para la lidia. Un veterinario agitó los brazos en el aire saliendo un poco del burladero, y los toros se levantaron agitados y comenzaron a moverse por el corral. Ninguno cojeaba, ni tenía ningún defecto visible en la vista. El otro veterinario charlaba con el ganadero y el empresario.
En poco tiempo empezaron a llegar a los corrales los apoderados y los banderilleros. Estudiaron los toros uno a uno y comentaban con el ganadero y el mayoral, sobre todo preguntaron de cada toro su semental a efectos de realizar los lotes.
Después en tres trozos de papel anotaron el número de dos toros en cada uno de ellos, más o menos igualados los lotes. Al hacer ésto, consideraron el peso, el tamaño de los pitones y el trapio.
Tres de los toros estaban bastante llenos en el área de los riñones; lo que significaba que eran los más fuertes de la corrida. Enrollaron los tres papeles y los metieron en el sombrero del mayoral y lo taparon con una gorra para realizar el sorteo. Un miembro de cada cuadrilla sacó del sombrero un papel y los apoderados comprobaban el lote que le había correspondido a su matador.
La autoridad anotó los números del lote de cada matador.
Después del sorteo las cuadrillas charlaron con el ganadero que les aseguró que los toros traían notas excelentes y que los matadores tenían muchas posibilidades de cortarles las orejas.
Pronto los corrales quedaron desiertos; la gente que había venido a ver el apartado comenzaba a marcharse con cara de felicidad, les gustaba estar cerca de los toros para ver la textura de sus cuernos y las briznas de paja en sus lomos
Algunos marchaban en silencio, otros discutían como sería su juego en la corrida.
 ¡ Pero los seis toros, estaban en la oscuridad del chiquero, esperando las cinco en punto de la tarde !




4 comentarios:

  1. Dn Mariano, no le falta ni un detalle, perfecta descripción, gracias

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    1. Luis de Verástegui Mergelina :
      Muchas gracias por su cordial comentario. Saludos.

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  2. El relato es genial, muy completo y sin ocultar nada. Solo que tengo entendido que los toros no defecan cagajones, es boñiga.

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    1. Malagueto :
      Muchas gracias por su amable comentario. En cuanto a cagajones se dice así según regiones. El Diccionario lo establece como excremento de las bestias.Saludos.

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