martes, 1 de noviembre de 2016

LA CORRIDA




Cerrajero estaba en la oscuridad del chiquero. El mayoral podía oírlo respirar. Sin duda el toro le oyó andar por el techo del chiquero, pararse y tenderse en el suelo a mirar por la rendija de dos tablas :   ¿Recordaba Cerrajero su olor de la dehesa ? ¿ Quizás fuera esa la razón de que no se enfurecía ?
Apenas podía ver más que los pitones. Las puntas se perdían en la oscuridad del chiquero.
Lentamente pudo distinguir la forma del toro. Tenía la cabeza agachada. Quizás la tierra estuviera húmeda allí. ¿ Podría oler que allí habían estado otros toros ?
Desde la meseta de los chiqueros, se oía el ruido de los preparativos de los caballos de picar, moviendolos de un lado para otro. Escuchando la cadencia de sus cascos, se acordaba el mayoral de Cerrajero, que una vez, de becerro, restregó su nariz con la de un potro. Aquella mañana en la dehesa ambos, con finas patas, se encontraron : toro a caballo y caballo a toro.
De pronto, los cuernos fulguraron blancos y cercanos mientras entraban los rayos del sol por la rendija del chiquero. Había conocido a muchos toros en la dehesa, pero a ninguno tan bien como a Cerrajero.
El día estaba más bien nublado, y pensaba lo bueno que sería se fueran las nubes y tuvieran un sol radiante por la tarde, para la corrida, el sol beneficia mucho a las mismas.
Los toros son bonitos en la dehesa, bajo la lluvia, con nieblína, o en la noche ; tan bonitos en modos distintos como lo son al sol. Pero la corrida con su lucha por la muerte parece una cosa del sol, de la luz.
En tres horas Cerrajero que era el primero en el orden de lidia saldría del chiquero. Entonces después de haberlo conocido el mayoral durante cuatro años, tendría apenas veinte minutos para despedirse y para sentirse orgulloso o triste según su comportamiento. Había estado muy ligado a él en la dehesa, le quería como el hombre quiere a un animal. Pero Cerrajero le habría matado si hubiera bajado al chiquero. Dos meses antes mató a Español en la dehesa, en una dura pelea nocturna. Y ellos eran de la misma camada, habían nacido en el mismo mes, junto a los alcornoques se habían acariciado los cuernos el uno al otro en infinidad de ocasiones.
De las ranuras de las tablas del chiquero en que estaba el toro de vez en cuando salían rizos de polvo.
Cuando llegó el relevo se marcho a comer, al pasar por el pasillo encima de los corrales, el silencio reinaba en los mismos, apenas el zumbido de las moscas, y el sonido de los cencerros de los bueyes.
Al volver se encontró con mucho público, la plaza se estaba llenando.
¿ Como sería la pelea de Cerrajero ? Eran los últimos minutos de su vida.
A las cinco en punto comenzó el paseillo. ¿ Qué pensarían los toros en los chiqueros al escuchar la música y el ruido de la multitud ?
Al sonar el clarín el chiquero se abrió lentamente hasta que la blanca abertura fue lo suficientemente grande para que él pasara por ella.
Quizás la dehesa......
Quizás el cercado.....
Quizás el corral con sus hermanos estuvieran fuera. Cruzó la puerta había sólo un camino : pasillo abajo. El toro comenzó a correr : hacía el resplandor, hacía el ruedo de arena.
Salió derecho ; al correr comprobó que no había ramas ni piedras, ni hermanos, ni bueyes. Sólo tenía arena y una barrera que le rodeaba.
Al acercarse al centro del ruedo, trotando con el morrillo inflado por la furia. El toro esperó con los cuernos en alto. Tenía los pelos de punta en el morrillo y a lo largo de la lista negra que le llegaba al rabo.
Cerrajero agitó las orejas, levantó el rabo, embistió y no pudo pararse, sus cuernos chocaron estrepitosamente contra el burladero, lanzando astillas por el aire. Giró con rapidez. Agitó la cabeza irritado, un torero le llamaba : " Ah-ja toro ! "
Las patas del toro lo llevaron con rapidez hacia donde lo atraía la voz. Estaba ansioso por meterle los cuernos mientras se le deslizaba frente a la cabeza un capote, burlándolo, manteniéndose fuera de su alcance. De pronto lo perdió de vista ; giró con rapidez, volteando los cuartos traseros para que le empujaran el cuerpo.
Ahora el torero estaba en pie, junto a la barrera ; ahora pudo verle mejor. Era alto, como un poste, como un hombre, pero con rocío, rocío chispeante por todas partes, bailando como el rocío en la tela de araña al amanecer. Esta vez el toro no le dejaría escapar. Cornearía duro, hundiendo los pitones en la profundidad del bulto.
El reloj marcaba las cinco y dieciocho minutos. Llevaba dos minutos en la plaza Cerrajero cuando un peón terminó de correrlo con el capote, mientras el matador salió al ruedo desplegando su capote.
Cerrajero respiraba más fuerte. Un hilo plateado de saliva le salía de la boca, lo colgaba un instante y, luego la brisa, arqueandolo se lo llevaba. ¿ Que era este enemigo que retaba y huía ?
"¡ Ah-ja, ah-ja, toro!
La parte ancha, la que estaba más viva que el resto, se infló más que antes. Ahora quería golpear y pelear.
La cola de Cerrajero le fustigó la espalda al embestir. Cuando tenía los pitones casi en el enemigo, éste comenzó a deslizarse. Los cascos del toro salpicaban arena, que chocaba con el bulto moviente, produciendo un ruido parecido al del granito contra las hojas de eucalipto. Después el toro aflojó en sus embestidas al capote hasta que él y el resto se movieron con cámara lenta ; la parte abultada le guiaba los cuernos, seduciéndolo. En la plaza, se oyó un rugido como un trueno inesperado : 
¡ Ole ! El eco del mismo llenó la plaza.
Cerrajero atacó. Sus embestidas siguieron unas a otras. El toro intentaba ir más rápido, pero una vez tenía el hocico casi tocando el enemigo, era como intentar correr en el profundo fango de la dehesa cuando se inundaba por una tormenta,
" ¡ Vaya verónicas ! ¡ Madre mía !" exclamaba el público.
La sexta vez que Cerrajero embistió intentando desesperado alcanzar el reto, éste desapareció con más rapidez que antes. Era demasiado largo para revolverse con tanta prontitud ; sus músculos distendieron doloridos. El toro, no estaba cansado, sino frustrado por no poder enganchar nada con los cuernos, por no poder usar la fuerza del morrillo y de las patas traseras para empujar, en vez de correr y perseguir.
Cerrajero sintió una leve llamada, un retazo de memoria. Lo atraía con más fuerza que su furia. Sabía que al otro lado de la plaza estaba la puerta de salida del chiquero. Y cerca estarían sus hermanos. Esta querencia lo puso nervioso, pero la furia venció al instinto y en un momento se olvidó de la puerta.
Los picadores, con sus pesadas piernas golpeando los estribos, aparecieron en la arena. Los caballos no oían el ruido alrededor ; veían sólo parte de la plaza. El sonido había sido eliminado por medio de trapos húmedos embutidos en sus orejas, el ojo derecho lo llevaba cubierto con un trozo de tela y, aunque estaban atiborrados de medicina para dormírlos podía apreciarse su nerviosismo por el temblor de la mandíbula inferior.
A Cerrajero le tembló el hocico. Los golpes de la pierna del picador contra el estribo se hicieron más fuertes. Había un fuerte olor a caballo asustado. El toro se lanzó hacia él. Allí había algo como los caballos de la finca. Pero este caballo tenía el costado mayor. El caballo estaba asustado, lo notaba Cerrajero por el olor, sabía de caballos. Uno vez en la dehesa cogió a uno. Uno que, junto con el jinete había intentado acosarle. Se concentró y se lanzó hacia adelante. El caballo no se movió. ¡ Allá metió los cuernos ! Algo le golpeó, en los pelos negros de la base del morrillo. Quemaba como el hierro del herradero. Levantó con fuerza la cabeza. No podía meter los cuernos, no era como el caballo de la finca. El toro sintió la quemadura cada vez con más fuerza. Cerrajero levantó del suelo una pata al caballo, después dos, tres. Le levantó la cuarta pata. ¡ Allá fue el caballo ! Cayó de la fuerza que los cuernos le propinaron, de costado, dejando al picador atrapado.
El toro se lanzó entonces a por el caballo. Enloquecido, arremetió con los cuernos con todas sus fuerzas. Esto era pelea. De pronto aparecieron dos bultos. Lo sacaron del caballo burlándolo, luego desaparecieron.
El segundo y tercer puyazo, era plaza de primera categoría, fue igual, o, al menos casi igual. Cerrajero se sentía lento. Tenía la sangre como la lluvia de primavera, encharcándole el morrillo y cayéndole a chorros por las manos.
Cuatro veces había embestido al caballo. ¡ Qué reputación para la ganadería !
Un crítico taurino gesticulaba emocionado con los brazos, llenando de cenizas del puro a la gente de su alrededor al alabar la bravura extraordinaria del toro.
Ahora, después del cuarto puyazo sentía Cerrajero más que antes la sangre en los hombros. Le fluía con rapidez por el morrillo, por las patas hasta las pezuñas y chorreaba hasta el suelo.
El olor de la sangre era cada vez más fuerte. En la dehesa ese mismo olor los enloquecía a él y a los otros toros. Dando vueltas, llamando, corrían peleándose hasta que uno de sus hermanos era herido o muerto en la reyerta.
El toro llevaba diez minutos en la plaza. Ya había gastado la mitad de su tiempo en el ruedo. Por un momento el mayoral, emocionado por la pelea en varas, empezó a guardar la esperanza de que le perdonaran la vida. ¿ Y si pudiera Cerrajero volver a la finca !
( Continuará )





2 comentarios:

  1. Sr. Cifuentes:
    Es un verdadero placer leerle, ya que sabe Ud. de toros, pero es que además escribe divinamente, de forma amena, didáctica, con envidiable estilo y con una solvencia que para sí quisieran muchos que se ganan la vida juntando letras.
    Para llegar a entender algo de toros considero que es necesario informarse de cómo se crían en el campo, y no me cabe duda de que es Ud. un manantial de conocimientos en ese y en otros muchos aspectos.
    Muchas gracias por su extraordinario y esclarecedor blog.
    Un saludo desde Sevilla.

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  2. Curro :
    Muchas gracias : Después de 30 años criando y viviendo intensamente el mundo del toro, en el campo, con el blog trató de inculcarlo a los que asiduamente lo siguen y me dan apoyo para continuar haciéndolo, sobre todo con comentarios tan cordiales como el suyo.
    Saludos.

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