martes, 18 de junio de 2013

IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS ( CAPÍTULO XI )



Con su segunda obra " Zaya ", Ignacio entra de lleno en el tema taurino. La comedia de tres actos estrenada en Santander, el 8 de agosto de 1928.
En " Zaya " se refleja como en un espejo, un tanto empañado por las brumas y los años, el pasado de un torero que, retirado ya, ha hecho lo posible para que sus hijos y su contorno social olviden las glorias de su arriesgado oficio.
Sánchez Mejías fué en cierto modo, el Zaya de su obra. Quiso evitar que su único hijo varón reiterara su pasado taurino.
Zaya es un nombre que se le quedó en la memoria a Ignacio de sus tiempos en México, donde Alberto Zaya fué picador y hubo un banderillero con el mismo nombre.
La aportación más teatral y más trabajada de Sánchez Mejías és " Ni más ni menos ", se toma tiempo para revisarla, la perfila con menos impaciencia y más conocimiento del arte dramático.
Al comienzo de la decada de los años treinta, Ignacio veraneaba en Bidart junto a la familia de don Francisco de Cossio.
Ignacio le leía el borrador de " Ni más ni menos " y don Francisco percibía el esfuerzo del extorero para desentenderse de su antiguo oficio.
Ni más ni menos debió de quedar lista hacía 1931, pero no hay noticia de su estreno, algún testimonio indica que se estrenó en el Teatro Odeón, de Buenos Aires, algunos años después.
Otra obra teatral de Ignacio, su titulo " Soledad ", comedia en poco más de un acto.
Estando en Nueva York, en 1929 el año del hundimiento de la bolsa de Nueva York, Federico García Lorca que diera una conferencia sobre el tema taurino a los muchos estudiantes hispanos o hispanófilos que frecuentaban la Universidad de Columbia. Se resistió débilmente el diestro " aqui no tengo documentación para hacer una cosa en serio ", pero al final sucumbió a los requerimientos de su amigo, quien a cambio, le aseguró su colaboración en el guión escénico de las Calles de Cádiz.
A lápiz y en papel del hotel Ausonia, donde se alojaba Ignacio, redactó en una noche " su " tauromaquia, es decir, el cabal y completo entendimiento de la lidia. Glosando inteligentemente y con indudable gracia literaria el vocabulario de la fiesta brava : el toro, el torero, el público, el capote las banderillas, la muleta, el estoque. Se conservan aquellos folios de su conferencia en la Universidad de Columbia.
Con ellos en el curso otoñal, septiembre de 1984, el profesor sevillano, y gran aficionado taurino, don Pedro Romero de Solís, dió una magistral lección en la Universidad Menéndez Pelayo, en Sevilla.
Todavía permaneció Ignacio en Nueva York, armonizando las canciones , que la Argentinita, con el duende de sus pies y los repiques de sus dedos, grabaría para la Voz de su Amo y que se integrarían en el espectáculo de las Calles de Cádiz, Los cuatro muleros, Los peregrinitos, El Café de Chinitas, Debajo de la hoja, Ignacio volvía a España contento con esos números bajo el brazo.
Se dijo que Sánchez Mejías, paradójico y poco transparente siempre de sus pensamientos, tiene en esta época de su vida la amargura de no captar una aureola como poeta, pero que esa tristeza no la exhibe y que en silencio que se ha impuesto lo hace aparecer con excesiva sequedad cuando se comentan temas literarios, a los cuales él es muy aficionado.
Lo curioso es que un hombre que todas las tardes que se vistió de torero tuvo el valor de jugarse la vida en las Plazas, se mostrara tan tímido y tan acobardado para hacer circular los versos que escribe. No quiere darlos a conocer sino a los amigos más cercanos a él, a sus contertulios de cada tarde y a quienes sabe que no van a divulgar demasiado su ilusión de ser poeta.
Todos le animan a que publique sus versos. Los jovenes poetas con quienes se reune asiduamente, le dan grandes alientos para la romántica empresa de publicar un libro de versos ; pero Ignacio se estremece sólo de pensarlo. Cree que sus versos son muy malos. Y teme que se le reprochen y se le satiricen y se le hagan un coro de burlas encadenadas, según frase de él mismo ante un editor que también lo anima a que publique sus versos.
Otra paradoja de Ignacio es la de sus altos en los proyectos literarios para hablar de negocios. Son cambios bruscos en sus afanes. De repente, da de lado a la tarea de escritor, de la que hablaba horas antes con aguerrido entusiasmo, para explicar unos negocios en los que ha pensado y que le exigirán una actividad grande y unas ausencias prolongadas. Y, poco después, vuelve a mostrarse atento a su labor literaria, y a planear nuevas comedias, y a discutir apasionadamente de versos y de autores.
Dentro del capítulo de la vida sentimental de Ignacio, dejando claro el respeto que merecen los protagonistas de la historia, no se descubre ningún secreto al señalar cómo el matrimonio del torero y de Dolores Gómez Ortega apenas resistió, dos o tres años como unión apasionada.
Al fallar la comunicación afectiva entre los dos, quedó en atención a sus hijos habidos, José y María Teresa, que le aplicaban el cariñoso sobrenombre de Piruja, así permitía a la pareja comportarse sin estridencias ni hostilidades ante los amigos y conocidos en las reuniones sociales celebradas en Pino Montano, residencia del torero, situada al borde de la vieja carretera de Carmona, en la vecindad del manicomio de Miraflores.
A comienzos de la década de los treinta, la mansión del entonces exdiestro, cargada de recuerdos de su carrera taurina, era centro de reunión de la gente más dispar :
ganaderos, escritores, taurinos, labradores, cantaores.
En 1932, la mujer de Ignacio, era una gitana de buen ver y hermana del famoso torero Joselito. Bien educada, digna, profundamente enamorada de Ignacio.
El matrimonio quedó roto, sobre todo desde la presencia en la vida del torero de la bailarina Encarnación López, La Argentinita.
Ignacio y su mujer guardaban las apariencias, por el bien de sus hijos. En Pino Montano Ignacio ocupaba una habitación en la planta baja. Presidían su mesa como el matrimonio mejor avenido.
Lola con frecuencia, después de la cena, bailaba en honor de los presentes.
( Continuará )






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