miércoles, 13 de febrero de 2013

IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS ( CAPÍTULO VIII )



Cuando concluída la temporada 1.920, sus amigos le aconsejaban que descanse, él afirma que no está fatigado que quiere irse a América otra vez. Es la época en que Rodolfo Gaona impresiona de nuevo, con su valentía, a la afición mexicana. Y Sánchez Mejías quiere competir con él allí y hacer ese gran esfuerzo que siempre es su afán, porque a todos los luchadores les llama como un halago hacer esa máxima proeza trabajosa y difícil.
Apasiona en México ver frente a frente a los dos espadas. Y el español siente en su torno esa pasión, que lo alienta y lo estimula y lo hace feliz. En realidad, Gaona y Sánchez Mejías miden su valor al torear juntos. En los tendidos sigue la discusión enfebrecida por uno o por otro matador. Pero lo cierto es que ambos sostienen su nombradía con el mismo pundonor y con idéntico éxito.
En esta estancia en México, Sánchez Mejías tiene varios percances. Y además adquiere unas fiebres gástricas que durante algún tiempo lo tienen alejado de toda actividad. Cuando, ya mejorado, vuelve a España, arde el verano en la tierra andaluza. Se presenta en Málaga el 17 de julio de 1921. Y torea más de cuarenta corridas, algunas de las cuales constituyen triunfos resonantes. Concluida la temporada en España, vuelve a México donde permanece desde noviembre hasta abril de 1.922 y donde sufre nuevos percances. Uno de ellos es una cornada de un toro de Félix Moreno en el muslo derecho. Esa tarde, Ignacio, tiene un rasgo que expresa bien su valor y su afición. Después de curado en la enfermería, aprovecha un descuido de los facultativos que lo asisten y vuelve al redondel para seguir toreando. El público le tributa una ovación imponente. ¡ Y eso que no conoce con exactitud la importancia de la cornada que lleva el torero. !
Vuelve a España. En el mes de junio de 1922. La aureola de matador extraordinariamente valeroso que circunda a Sánchez Mejías hace que el público le exija cada vez más y más arrojo, aun con toros, a veces, de malas condiciones. Además le dice - y es cierto - que este espada cobra a veces honorarios muy superiores a los que han percibido los toreros de más renombre.
Y esta versión contribuye a esa exigencia del público, que algunas tardes se muestra muy severo con Ignacio. Pero éste se impone plenamente en la feria de Valencia, en la que realiza faenas temerarias, y en la que consolida definitivamente un prestigio que se le regateaba mucho, y que sólo a fuerza de decisión puede hacerle robusto y rotundo.
Y cuando, en esta temporada, ha toreado en España cuarenta y dos corridas, anuncia que la cuarenta y tres es la última de su vida torera en España.
En aquel serial de la feria de julio de Valencia, toreó siete tardes seguidas, superando la marca de Granero, que el año anterior había hecho el paseillo en seis, y que en aquel fatídico mayo de 1922 resulto muerto por un toro.
La corrida cuarenta y tres se celebra en Avila el 22 de octubre de 1922, lidiando, él solo, siete toros. Eligio la ciudad amurallada para este primer adiós por residir allí un gran amigo suyo, el marques de San Juan de Piedras Albas, ilustre historiador.
Apartado de los ruedos, resuelto en principio a no volver a ellos, luego vacilante de tornar o no, Sánchez Mejías ve pasar ante sus ojos la vida plácida y serena que convida dulcemente a abrir un libro nuevo cada día.
Lee mucho Ignacio en el invierno que sigue a su retirada. Y también en el del otro año, que es en el que surge la indecisión y en el que algunos amigos del ex matador de toros aseguran que éste trata de volver a los ruedos.
Pero, mientras, el libro y el campo abstraen las horas de Ignacio, leer y montar a caballo son sus aficiones más ejercitadas.
Coincide, en lo uno y en lo otro, con Juan Belmonte, que se ha retirado de los ruedos el mismo año que Ignacio.
Se viste de luces de nuevo en 1923, en Alicante, el 29 de junio. Regresó con más arrestos, consolidó su prestigio en Valencia, en las plazas del norte asombró por sus arrogancias. En Zaragoza realizó verdederas heroicidades, gran triunfo en Barcelona, en Jaén en una de las últimas corridas de la temporada sufre una cornada de un toro de Guadalest, y como hizo en México el herido burla la vigilancia de los médicos, y vuelve al redondel cuando se acaba de ser practicada la primera cura.
Otra vez el rasgo, la afición y el valor, de cara a las palmas de la multitud, banderilleó de modo temerario, e hizo una enorme faena. Ignacio se ha impuesto por su voluntad ferrea y por su valor, de cara a 1925, era el mayor " lujo " de los futuros carteles.
Le esperasba la hostilidad de la Unión de Empresarios, porque Ignacio, al igual que Juan Belmonte, exigía " lo suyo ".
En los carteles de la feria de abril de Sevilla de 1925 fué excluido Ignacio, que era entonces presidente de la Asociación de Matadores de Toros y Novillos.
El empresario de Sevilla señor Salgueiro intentaba que los toreros no pidieran más de siete mil pesetas, cuando Ignacio y Juan Belmonte no se conformaban con esas cifras que tenían que multiplicarse por tres por lo menos.
El señor Salgueiro remachó su enemistad advirtiendo a los amigos del torero :
- En esta plaza, mientras yo sea empresario, no pisará más su lindo albero Ignacio Sánchez Mejías.
Pero el 25 de abril de 1925, Ignacio, de acuerdo con el matador de toros bilbaíno Martín Agüero, espada en el cartel de la cuarta de feria y última corrida del ciclo con toros de Santa Coloma, Ignacio, espectador de la corrida en una barrera saltó al callejón y sin quitarse el sombrero de ala ancha se presentó en el redondel, requiriendo a Martín Agüero que solicitara permiso para participar Ignacio en el tercio de banderillas. Entre el estupor y los aplausos del público ambos diestros llegaron hasta el pie del tendido dos, y conjuntamente solicitaron la venia de la máxima autoridad de la plaza. Acepto el presidente y entre la ovación del respetable allá se fué Ignacio, con la americana abrochada y el cordobés bien encajado dejando sobre el morrillo del toro tres pares de banderillas.
Se escuchó una de las grandes ovaciones registradas en la Maestranza. Luego Agüero brindó la muerte de su enemigo a Ignacio, que volvió, sonriente a su asiento,
Tan pronto el torero bilbaíno acabó con el toro, el público le invitó a dar la vuelta al ruedo junto a Ignacio, en medio de una gran ovación.
Cuando los dos espadas pasaron a la altura del burladero de la empresa, Ignacio se encaró con Salgueiro y le dijo muy cortésmente :
- Lo ve.... usté...... Pisó este ruedo y toreo en la Maestranza de Sevilla cuando me da la gana, don José.......
Y como no se había cometido ninguna infracción, porque Ignacio actuó con el previo permiso del presidente, no hubo sanción para nadie.
( Continuará )







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