viernes, 16 de noviembre de 2012

IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS (CAPÍTULO III)




" Andando el tiempo, los dos amigos quedarán unidos por parentesco. Ignacio será hermano político del Cuco."
Descubiertos en las bodegas del Manuel Calvo los dos polizones, la situación se les presenta tan seria y grave que se muestran decididos a cuanto se les exija con tal de continuar la travesía. Y así aceptan gustosamente la condición de trabajar en menesteres pesados, ante los que Sánchez Mejías se da ánimos con esta frase pomposamente dicha en presencia de varios marineros : "¡ No es tan duro el trabajo aquí como se nos había dicho !"
Los dos emigrantes cumplen bien en las tareas en que se los utiliza y además se muestran muy respetuosos con todos, y en los ratos de holganza cuentan anécdotas graciosas de sus pasadas correrías con el capotillo debajo del brazo en busca de un becerro bravo.
Tienen ya buen ánimo y buena esperanza.
Van contentos y la ilusión se les desborda en palabras y en coplas.
Al llegar al barco a Nueva York se encuentran con una orden que los aflige y que súbitamente trueca en dudas sus seguridades de éxito.
Ellos querían reunir en Nueva York, trabajando afanosamente en cualquier oficio, algún dinero con el que hacer frente al aprendizaje taurino. Más en Nueva York no se les permite desembarcar. Es orden terminante de las autoridades del puerto. En vano Sánchez Mejías, con una voluntad enteriza por encima de su angustia, expone sus propósitos de trabajar y suplica que se le deje libremente. La orden no se quiebra así como así, y todo los argumentos y todos los ruegos del muchacho resultan inútiles. Por fin, consigue que la Policía comunique con México y se ponga al habla con su hermano Aurelio Sánchez Mejías, es propietario de un establecimiento importante y hombre de ancho crédito personal. Su intervención en el asunto es eficaz, pues tan pronto como anuncia que él garantiza la personalidad de Ignacio, este empieza a gozar de algunas consideraciones.
Consigue que lo trasladen a Veracruz, donde una carta de su hermano puede hacerle más fácil la búsqueda de trabajo. Porque él se da cuenta que, por encima de todos sus ensueños de gloria, está la apremiante realidad de cada día y de que hay que hacer frente a ésta como sea, aunque se le exija un esfuerzo intenso y aunque él no obtenga la comodidad con que viviera en Sevilla, en cuya casa todo era holgura y nunca estuvo cruzada por inquietudes de dinero.
Lo que Ignacio estimaba que sería relativamente fácil en Veracruz tuvo una larga y penosa peregrinación. Ignacio va pidiendo trabajo con una juvenil porfía y encontrando siempre una cerrada negativa. Así un día y otro, y con el agobio de que cada uno de estos días exige inexorablemente pan y lecho. Es una amarga andadura por caminos de desengaño, hambre y de renunciación.
Poco a poco ha ido reduciendo las aspiraciones, ya de por sí muy modestas, que tenía al comenzar la demanda de trabajo. Ya dice que está dispuesto a desempeñar las labores más humildes y los quehaceres más rudos. Pero que no se le deniegue con tal pertinencia el sustento
Por fin entra en una hacienda como mozo de cuadra. Ya está en la ocupación humilde de que hablaba. Pero siquiera, ella le permite no vivir a diario con la inquietud de saber si al fin de la jornada llegarán o no a su estómago las sobras de alguna comida. Y firme en esta tranquilidad, la ilusión brinca de nuevo briosamente a la conquista de un renombre en las fiestas de toros.
"Yo sólo quiero, solía decir, que me dejen torear, que me permitan probarme siquiera como banderillero, que se me de la facilidad de vestirme una tarde un traje de luces..."
Y ese deseo, del que Sánchez Mejías hace pórtico para su ilusión de ser torero, se le cumple en la Plaza de Corelia, donde actúa como banderillero en una novillada.
Mucho ha tenido que terquear para conseguir esto, mucho le ha sido preciso recurrir a varios españoles allí residentes para que apoyasen su pretensión ; mucho ha necesitado hablar con los toreros más en boga para que lo recomendaran con interés.
Pero todo le parece que ha sido poco trabajoso cuando se ve con el primer traje de luces, un traje de luces muy viejo y corcusido, y camino de la Plaza en un coche de caballos reluciente.
Pero salir a torear un día y en las condiciones en que lo hace Ignacio no es nada, o casi nada. El banderillero recién presentado puede quedarse, si no insiste fuertemente en su propósito, con esa anécdota para toda su vida y sin nada detrás de esa anécdota. Por eso, Ignacio, en cuanto echa la vista al porvenir, después de haber actuado en esa novillada, se preocupa seriamente de continuar en la profesión que acaba de emprender. Pero también, como siempre, con la inquietud terrible de saber que, mientras, tiene que atender a su manutención con otros medios de vida. El empresario Ramón López, un madrileño que lleva muchos años en México comentó: " no queda mal Ignacio, porque es valiente y se le da bien eso de clavar rehiletes. Se diría que conoce el oficio."
Ignacio siempre que puede busca el apoyo de sus compatriotas. Siempre aguarda de ellos los brazos abiertos y la cordialidad conmovida y la protección franca. Pero ya en esa época está bien definido su carácter, que no es propicio a la pedigüeñeria ni a resignarse a la limosna desdeñosa.
En 1.884 el empresario Ramón López fijó su residencia en México, tuvo suerte, hizo fortuna, impulsó la afición taurina, construyó Plazas por su cuenta....
Pero cuando Ignacio le conoce ya no es tanta la prosperidad de esos negocios, y a través de éstos se inicia la zozobra del empresario que, años más tarde ha de dar en una ruina total, ruina que lo devolverá a España sin bienes y con setenta y tres años a las espaldas.
Sin embargo, en este momento todavía puede Ramón López brindar al muchacho sevillano cierta protección que asegure su sustento, modestamente, claro  pero más cerca de su afición taurina que cuando era mozo de cuadra en aquella hacienda donde nada la hablaba de su afán.
Ignacio entra como empleado de corrales, en la Plaza de Toros de Corelia, que explota Ramón López. Esto le permite asistir a las corridas, frecuentar el trato de los toreros, entrenarse sobre la propia arena de un ruedo y tener más confianza en sí mismo para su futuro taurino.
( Continuará... )



Ignacio, con su cuñado Joselito y miembros de su cuadrilla en la Maestranza, de Sevilla.


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