viernes, 29 de octubre de 2010

LA POESIA EN LOS TOROS (5)


Hoy les traigo del llanto por Ignacio Sánchez Mejías, escrito por su gran amigo Federico García Lorca, la II parte del mismo, para mí la más bonita, titulada LA SANGRE DERRAMADA.

Antes les hago una biografía breve de Ignacio Sánchez Mejías, pues pienso que de esta forma se identificarán después más con la mencionada poesía.
Ignacio Sánchez Mejías, nació en Sevilla el 6 de Junio de 1891. Pertenecía a una familia distinguida y con medios de fortuna más que decorosos. Su padre era médico y quiso dedicar a su hijo Ignacio como lo había hecho con otro hijo José a lo mismo.
No conoció, pues Ignacio en su infancia necesidad que explicara su vocación por una profesión de riesgo como la de torero.
Desde niño, prefiere las compañías de torerillos y juega con ellos en la calle y acude cuando puede al campo a torear.
Conoció a Joselito cuatro años menos que él. Empieza a estudiar el Bachillerato con idea de seguir con Medicina.
Pero no terminó el Bachillerato y por miedo a la represión paterna, desaparece de su casa en 1909, embarca en Cádiz sin dinero ni pasaje con destino a Nueva York. Lo descubren en el barco y no le dejan desembarcar las autoridades, acudiendo Ignacio a su hermano Aurelio, establecido en México, y este garantiza su persona y logra lo trasladen a Veracruz.
Regresa a España en 1911, y torea de banderillero con Fermín Muñoz "Corchaito". Marcha a México con el misma matador, de regreso a España fue de banderillero a las órdenes de Cocherito de Bilbao, con Machaquito y toreó en las cuadrillas de Juan Belmonte y Rafael el Gallo, tomó prestigio y Joselito lo llevó de primero en su cuadrilla.
El 16 de Marzo de 1919, Joselito en Barcelona le cede la muerte del toro Buñolero, de la ganadería de Martínez, cortó la oreja en su alternativa y salió a hombros.
Confirma en Madrid en 1920, con Joselito, Belmonte y Valerito, confirmó con el toro Presumido de Vicente Martínez, dio la vuelta al ruedo.
Toreó en Talavera la fatídica tarde del 16 de Mayo de 1920, con Joselito, el dio muerte a Bailador, de la Viuda de Ortega, toro que causó la muerte de Joselito. Toreó con éxito en España y México en 1922 torea cuarenta y tres corridas. En 1923 permanece retirado, vuelve al año siguiente en la feria de hogueras de Alicante con más arrestos que al principio. En 1925 torea 61 corridas y sigue siendo la figura más atractiva de los carteles. En 1926 torea treinta y siete corridas.
Ignacio tenía afición literaria en 1928 estrena en Madrid, su drama Sinrazón y su comedía Zayas, en Santander.
Vuelve a los ruedos en 1934. Falto de agilidad y sobrado de peso, se sometió a tan riguroso entrenamiento que llegó a caer rendido por una ciática, que le retuvo en cama, consumido de impaciencia. El 15 de Julio hizo su aparición en Cádiz, con 6 toros de Domecq, acompañándole Niño de la Palma y Pepe Gallardo. El 22 de Julio torea en San Sebastián y el 5 de Agosto en Santander. El 6 en la Coruña y el 10 en Huesca. El 11 de Agosto acude a Manzanares para satisfacer a la Empresa, por un accidente de automóvil de Domingo Ortega, le llaman para que lo sustituya, en el primer toro de lidia ordinaria, llamado Granadino, de la Viuda de Ayala, con el nº 16, negro bragado, inició la faena de muleta con un pase sentado en el estribo de la barrera al repetirlo de la misma forma, fue prendido por la ingle derecha y horriblemente volteado. La herida de 12 centímetros de profundidad y calificada de grave. No se le operó en Manzanares por empeño del diestro, que con gran ánimo, decidió trasladarse a Madrid, llevando la herida taponada.
A la una de la madrugada llegaba a Madrid, pasó el día siguiente muy decaído, le hicieron una transfusión de sangre a la que se prestó el matador de toros Pepe Bienvenida.
Pasó la noche muy inquieto y declarada la gangrena, falleció a las nueve cuarenta y cinco de la mañana del lunes 13 de Agosto de 1934. Se condujo el cadáver a Sevilla y fue inhumado en la misma sepultura de su cuñada. Joselito, se había casado el 27 de Diciembre de 1915 con Dolores Gómez Ortega hermana de Rafael el Gallo y Joselito.


LA SANGRE DERRAMADA.


¡ Qué no quiero verla !
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡ Qué no quiero verla !

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡ Qué no quiero verla !
Que mi recuerdo se quema.
¡ Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña !

¡ Qué no quiero verla !

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos,
hartos de pisar la tierra.
No.

¡Qué no quiero verla !

Por las gradas sube Ignacio,
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta
¡ No me digáis que la vea !
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza ;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡ Quién me grita que me asome !
¡ No me digáis que la vea !
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡ Qué gran torero en la plaza !
¡ Qué buen serrano en la sierra !
¡ Qué blando con las espigas !
¡ Qué duro con las espuelas
¡ Qué tierno con el rocío !
¡ Qué deslumbrante en la feria !
¡ Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla !

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando,
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡ Oh blanco muro de España !
¡ Oh negro toro de pena !
¡ Oh sangre dura de Ignacio !
¡ Oh ruiseñor de sus venas !
No.
¡ Qué no quiero verla !

Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡ Yo no quiero verla !











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