El recuerdo de Juan Belmonte perdurará, entre otras cosas, porque su personalidad como ser humano fue tan sorprendente como su personalidad como matador de toros.
- Juan fue una " rareza " desde muy chico - el viejo torero malagueño Paco Madrid, comentaba que conocía bien a Belmonte porque habían rodado juntos por las capeas en sus comienzos difíciles.
- Era raro en todos los sentidos - ¿ Que diría usted que llevaba, cuando era novillero, entre las espuertas con los trastos de torear ? ¡ Pues otra espuerta llena de libros ! Leía en el tren, en las posadas de los pueblos, en las enfermerías de las plazas y hasta en los calabozos de los pueblos donde alguna vez les metieron ciertos alcaldes.
Muchos se empeñaban en que a Juan le habían hecho ilustrarse los escritores que empezaban a encapricharse por aquel toreo tan raro que hacía él. Pero eso no es cierto. Antes de tratarse con ningún intelectual, Juan lo era ya de vocación. Lo primero que hizo en cuanto empezó a ganar dinero fue comprarse una biblioteca y poner en su casa un cuarto de baño. Nunca se ocupo de tener buena ropa. Pero un torero más bañado y más leído no lo hubo ni lo habrá.
Juan Belmonte, a los dos años de edad, con la muerte del " Espartero " mamó esa gran verdad expresada por Pepe Luis Vázquez : la muerte acompaña a los toreros. Pero cuando a los siete la vio con sus propios ojos en un hombre ahorcado, y a los ocho tuvo que contemplar desde un distante rincón de la casa - pues no le dejaban acercarse a ella - el perfil de su madre muerta, que las vecinas amortajaron con las trenzas sueltas, descubrió el verdadero e inexorable sino de la vida ; la muerte acompaña a todos por igual.
Mientras hoy gran parte de la sociedad, materializada y falta de valores, pretende ignorar la muerte, los toreros conviven con ella, la presienten, y saben que está cerca o agazapada en cualquier rincón para saltar inesperadamente, porque, en definitiva, donde hay toro hay muerte.
En relación a esta suprema verdad, ese niño trianero - escogido para ser " algo " más que un maestro en tauromaquia tuvo su primera experiencia a los dos años, la vio a los cinco o seis, la comprendió a los ocho, y quiso ser partícipe de ella en la conjunción de dos atardeceres : el de un día de abrileño y el de su propia vida, porque en esa confluencia su encuentro con el sino común de los hombres había sido marcado por su destino, quien sabe si bajo el influjo de la primera estrella que aquella tarde brilló expectante bajo el firmamento de Gómez Cardeña, o de otra que, respetuosa, prefirió no asomarse.
A Juan, le gustaba acudir al campo charro a tentar :
El campo estaba helado. En la placita de tientas brillaban pequeñas lágrimas de agua y diminutos carámbanos.
Belmonte dijo a un sobrino del ganadero : " Ponte allí ", sin más. Y le señaló un burladero.
Soltaron la primera vaca, Juan le dio unos capotazos para sujetarla. Cuando la hubo fijado se fue hacia los medios y , levantando la cara, buscó con la mirada al chaval en el burladero.
" Tócala, que llegue hasta las tablas, pero sin estrellarla ", añadió.
El sobrino del ganadero salió muerto de miedo, no por la vaca, sino por si le fallaba el tino de la acción. Cumplió bien. Y cuando después de escurrirse tras el burladero, sacó a medias la cara, vio a Juan que, en los medios, alzaba el capote llamando a la vaca para que viniera desde largo.
Se arrancó la vaca. Pero Juan no espero a que llegase para sacarle el capote hacia fuera, como dicen las viejas Tauromaquias, y como el sobrino esperaba que hiciese. No. Desde un momento antes de que entrara en la jurisdicción, ya Juan tenía el capote perfectamente cuadrado y la recibió en él sin violencia alguna - sin " toque " - , embebiendo, graduando con los brazos y con la cintura el mando, para llevarla primero un poco hacia fuera y, después ya pasado el punto de coincidencia con el torero, determinadamente hacia adentro. La muñeca del lado de la salida giró con gozne, para prolongar el lance, mientras la intención toda de la figura " se mecía " - ésta es la palabra -, en una rotación magnífica, haciendo progresar la suerte, precisamente en redondo.
Ya el terreno correspondiente a la espalda del torero, cuando éste, que había ido adelantando la mano de adentro, la que sujetaba el capote, aparejó ambas de nivel - no las juntó, las niveló -, y la tela quedó de nuevo cuadrada por entero ante la cara de la vaca.
Lo que estaba realizando Juan no era una suerte concreta, era un " ejercicio ". Estaba entrenando, pues el entrenamiento debe consistir más que en la repetición mecánica de una suerte, en el estudio de planteamientos básicos y en profundización de matices fundamentales de ellos.
Por un momento el sobrino, pensó : " Esta estrenando el temple ....." Esto para los oídos acostumbrados al catecismo taurino habitual, suena como a ingenuidad...... Pero no : cuando se tiene un don, éste se acendra y afina con el ejercicio, no se entrenan sólo mecanismos consabidos, se entrena uno mismo, sus facultades, sus posibilidades, los niveles de su aptitud. El objeto del entrenamiento es el artista mismo.
Belmonte repitió aquel ejercicio cuantas veces quiso. Parecía no interesarle otra cosa. La diferencia de temperamento de las vacas le servía de contraste,
Lejos del barullo de los cosos, y del delirio de los públicos, prácticamente sin ambiente, o digamos, en el ambiente neutral de la placita gris, de la mañana fría y del silencio, las formas esenciales del toreo de Belmonte, sus engranajes íntimos, sus goznes determinantes, cobraban un valor paradigmático y se veían, como en un cuadro, " abstracto ", lo valores esenciales, despojados de la anécdota.
El sobrino del ganadero como había atinado en aquella primera intervención subalterna, Juan le guardó para su ayudante para aquel día, lo cual le colmaba de íntimo orgullo taurino, pues estaba trabajando con el " monstruo sagrado " del toreo, como un aprendiz en el taller de Miguel Ángel.
Cuando después, perdido en el anonimato del graderío, el sobrino pudo ver en las corridas de otoño de 1934 en Madrid, torear a la verónica a Juan, sintió tal emoción, una emoción, a cuyo grado estaba seguro, no podía llegar otro espectador.
En la plaza que más toreó " Joselito " fue la de Madrid con 81 paseíllos, seguida por Barcelona con 64 y la de Sevilla con 58. Luego siguieron todas las demás hasta alcanzar un total de 640 tardes. Pero fue en esta última, en una plaza que nunca había pisado su albero, donde justamente, la Dama de manos frías lo estaba aguardando por deseo de su destino.
Dos días después, mientras se lo llevaban a su Sevilla para siempre,, hizo Juan en la plaza de Madrid su paseíllo más triste...... Belmonte se quedó solo con el toro y con el alma : con el alma que él y José le habían dado al toreo......
El destino, quiso que Juan tuviera aquella tarde uno de los triunfos más grandes de su vida. El público más que premiar su labor, aprovechaba cada momento de la misma para aplaudir, en homenaje póstumo, el recuerdo de su compañero desaparecido - el inolvidable hermano de Rafael -, pues en una tarde de éxito de un torero nunca habíanse visto asomadas tantas lágrimas contenidas : las más sentidas, las de Juan..... No en vano esa tarde estuvo marcada por el infausto suceso de Talavera, como así quedarían su vida y su muerte.
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