martes, 6 de marzo de 2018

GÓMEZ CARDEÑA




Gómez Cardeña, cortijo típicamente andaluz donde la cal-sazonada con el ocre de los poyetes domina todos y cada uno de los edificios que se distribuyen a lo largo de su extensión, conservando, eso sí, ese aire que le imprimió uno de los grandes toreros, Juan Belmonte, exponente máximo junto con Joselito " El Gallo " de la " Edad de Oro del Toreo ".
La campiña de Utrera, manantial y cuna del toro bravo está a tiro de piedra de Sevilla.
En 1934 Francisco de Borja de Silva y Fernández de Henestrosa, marqués de Zahara, se la vendió a Juan Belmonte. Tiene una extensión de 1341 hectáreas.
El porche de arcos precede a la entrada a unos de los salones principales. Hay que franquear una imponente reja - traída de otra de sus fincas, " La Capitana " . - Copiosamente forjada que, desde dentro, deja entrar los rayos de sol describiendo, curiosas figuras en la solería gastada de color rojizo.
El dibujante y pintor andaluz de Coria del Río, Andrés Martínez de León, y magistral captor con su lápiz de la figura de su amigo Belmonte, expuso en una sala de la calle Sierpes, de Sevilla, una pintura de ese campo andaluz, inspirada en una sugerente composición, ante la que el maestro Juan Belmonte paró largo rato como ausente y sin mediar palabra.
En el centro de esa composición titulada : " Cielo anubárrado y lleno de presagios, con luces precursoras de tormenta "........ se encontraba un jinete caído, inerte en el suelo - al parecer muerto -, contemplado desde muy cerca por el toro causante de la caída presto a arrancarse de nuevo, y, desde otro angulo, por su propio caballo en una actitud más que nerviosa, de desesperación, ante la nula posibilidad de defenderle. Y el autor del cuadro, al percatarse del interés que había suscitado esta dramática escena en Belmonte, le pregunta : "¿ Qué te parece el cuadro Juan.... ? ". Al no recibir contestación alguna por parte del maestro, insiste....
- ¿ Me estás escuchando, Juan... ?
- Sí, sí. te escucho.... Pero dime. ¿ de dónde has sacao esa idea, Andrés.....?
- No sé.... Las ideas a veces vienen solas, Juan, ¿ acaso no te gusta.... ?
- Sí, hombre, claro que me gusta. Precisamente has plasmao en el lienzo un deseo que siempre tuve.
- Explícate un poco mejor, Juan....
- Olvida eso.... Pero te voy a confesar una cosa que ha de quedar aquí entre tú y yo.
- Descuida, Juan.
- Ya que no se me concedió la gracia de morir en el ruedo como José, hubiera querio hacerlo como ese jinete en el campo de Gómez Cardeña : a caballo, y a garrocha en mano.
- No desearía otra muerte, Andrés. Pero sé que esto es mucho pedí......
El cuadro, este de Martínez de León, en el que están representados los cuatro elementos soñados por Belmonte : el campo, el caballo, el toro y la muerte súbita de un jinete. No es extraño que subyugara tan profundamente el maestro... Lo raro, es que esa pintura, no se la quedara Belmonte.
Visitando Gómez Cardeña sin querer la mirada se fija en esa puerta que cruzó tantísimas veces el maestro.
Un poema - muy sentido - se viene preguntando si la tremenda decisión del maestro no sería más que una huida.... ¿ Acaso del " toro marrajo de la vejez ", ¿ del manso de la melancolía ?  "del negro y largo de la soledad del torero ".
El de aquella noche que, abandonado en el pescante de un coche, sintió por primera vez la angustia de la soledad.
El de la cara de aquel desdichado que, colgado de una soga en la tapia del Convento de Santa Clara, puso a prueba su valor.
El de la impotencia y frustración cuando, apartado en un rincón de su casa, no le dejaron acercarse al cadáver de su madre antes de que se la llevaran para siempre.
El de aquella noche que, a la luz de una vela, pasó cosiendo un traje de luces con el convencimiento pleno de que al día siguiente iba a morir.
El de la mirada perdida de su caballo, agonizando al pie de un muro.
El de haber incumplido la promesa de su vida, hecha a don Ramón.
O ¿ por qué no ? el del jinete del cuadro tendido en el campo con las espuelas puestas y mirando hacia arriba con los brazos abiertos, como si quisiera abrazarse a las estrellas justo en el instante que su alma emprendiera camino a la eternidad.
Juan Belmonte llegó al toreo y lo hizo con un viejo principio rondeño de quietud - fundamental, aunque por muchos motivos quedara hasta entonces inédito.
Pronto se percató de que ese nuevo instrumento que aportaba a la tauromaquia era el mejor hilo conductor de esa energía espiritual que descubrió en su interior bajo el cielo de Tablada, y el medio ideal para implantar aquel toreo que nació en sus cerrados.
Para fijar un toro primero hay que verle, y así, entendiendo su embestida, poder absorberla para que quede tendida en el engaño. De esta forma, Belmonte conseguía lo que no conseguían los demás toreros : fijar el toro desde el principio hasta el final de la suerte, e incluso que esta fijación no se rompiera en el remate final de la misma, lo que le permitía " recoger " al toro y continuar toreando sin interrupción.
Pasados los años, cuando en aquella última tarde abrileña la luz iniciaba su inexorable declive, Juan Belmonte, desde su sillón de Gómez Cardeña, escucha largos clarines.... Y al levantar su mirada con cierto aire de escepticismo, se percata de que su " último toro ", mostrenco y de extrañas hechuras, ya está en la " arena " del salón.
Su casta torera le mantiene tranquilo, y recuerda entonces " que casi todos sus triunfos los había logrado con ese " último toro " que sale del chiquero cuando ya va cayendo la tarde, y el sol se sale del anillo para perderse en los gallardetes.
Es justo la hora de sus triunfos..... Pasan unos angustiosos instantes, y no sabe ver ese toro de tan distinta condición. De pronto, le parece oír la voz de Calderón que, empujándolo con disimulo por detrás, le dice : ¡ hay que pararlo ya, Juan !
Pero el maestro duda.... Y sin moverse de su sillón, se preguntaba : ¿ me quedará, acaso, tan sólo un ápice de temple en el corazón que me ayude a intentarlo ?
El maestro, con el alma abandonada ya a su suerte, como la tarde en su inexorable caída, se pregunta : ¿ es preciso parar este último toro en el atardecer de mi vida ? ¿ vale la pena malgastar el poco temple que me queda intentándolo ? ¿ no sería mejor emplearlo para que no me tiemble la mano cuando levante este maldito " juguete "
Por eso, esa hora del atardecer era la hora de Juan Belmonte. Una hora, en la que el obligado traspaso de umbral que separa la luz de la sombra despertaba en su alma el deseo de cumplir con el sino común de todos los hombres, traspasando otro umbral más transcendente : el que separa la vida de la muerte.
En esa tarde abrileña, llegada esa hora solemne, su hora, Juan traspasó ese umbral en el salón de Gómez Cardeña, de donde decía al hablar de ella, que era un sitio como para morirse allí.....
Con lo que el maestro trianero ganó en una sola temporada, compró Gómez Cardeña.
A su muerte, el caserío de Gómez Cardeña quedó dividido en dos partes : la que corresponde al salón y placita de tientas quedó en manos de su hija mayor, Yolanda, y la otra, la que da al patio de caballos a su hija menor Blanca.
El hijo mayor de Juan, Juan Belmonte Campoy, no tuvo participación en esta finca, heredó " El Chorreadero ", un hermoso cortijo en Zahara de la Sierra.
El día antes de su muerte estando con su amigo Andrés Martínez de León, se la anunció, sin que Andrés se diera cuenta, estaban sentados en " Los Candiles ". Casualmente pasó por allí el periodista López Grosso, quien dirigiéndose a Juan, dijo " A ver cuándo me da usted una buena noticia taurina pa La Hoja del Lunes. ¡ Pero una noticia bomba, que yo me luzca...! ¡ Y Juan, encogido en su asiento, le contestó : " Pue quizá mañana..... o pasao.....le de una completamente bomba.
¿ Quiso despedirse de la vida enfrentándose a un toro de verdad ?
¿ Quería que el toro le matara ? ¿ Desistió ante el temor que solo le lastismara y pasara por loco ante sus empleados del cortijo.
¿ Una vez más, el crepúsculo, tuvo mucho que ver en la soledad del torero ?





3 comentarios:

  1. Muito bonito. Adorei

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  2. Muchas gracias Anónimo por su cordial comentario. Saludos.

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  3. Bonito y bien estructurado. Es una pena que no esté muy difundido. Manuel Ropaz.

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