¿ Qué impulso, qué vehemente y maravilloso impulso, lleva a Ignacio Sánchez Mejías, en la esplendida madurez de sus cuarenta y tres años, a dejar el relativo sosiego, sin peligros físicos, de una existencia burguesa y placentera para lanzarse, en aquella prometedora primavera de 1934, al ejetreo, incierto y alborotado, con evidentes riesgos, del planeta de los toros ? Pretextos pueden citarse
varios : razón poderosa quizá sólo una. En los mentideros taurinos - en las tertulias de Sevilla, Jérez, de Madrid..... se habla de los quebrantos de su economía particular, afectada, por la crisis desencadenada en el país.
La afición taurina, un tanto adormilada, se anima con la vuelta a los ruedos de Juan Belmonte y el Gallo, Ignacio comprende que ha llegado el momento.
Y también se decide.
Tras la resurrección de Rafael, hizo el paseillo Juan Belmonte, y seguidamente Ignacio anunció su retorno de modo oficial. Naturalmente se multiplicaron las preguntas : ¿ Por qué vuelve ? " ¿ Está, realmente, en condiciones, a sus cuarenta y tres años, para arrastrar el peligro de la lidia ?" Era verdad que las finanzas del torero estaban maltrechas, que necesitaba reponer su economía para poder salvar del posible naufragio Pino Montano y todo lo que ese nombre significaba. Pero Ignacio sentía también el tirón de los aplausos, el halago de las sonrisas de las mujeres guapas ; el atráctivo de la popularidad, si no perdida del todo, casi disipada. Había probado el sabor de otros homenajes - su indudable éxito como autor teatral ; la amistad de los intelectuales.....- pero no podía prescindir del clamoreo de los tendidos ; de la tertulia animada en el cuarto del hotel, cuando la tarde había sido de éxito.
El 23 de julio de 1934, en el hotel Cristina, de San Sebastián le hizo una entrevista en ABC, Eduardo Palacios Valdés que no se publicó hasta después de la muerte del torero, por el cornalon de "Granadino ", en Manzanares.
Le decía Ignacio al periodista : Estaba gordo y casi calvo. Se sometió a un duro entrenamiento anduvo con una azada cavando en su finca de Pino Montano, vestido con el traje de torear ; se le vio en el Retiro madrileño, haciendo marcha atlética, junto a Alfredito Corrochano, y hasta su salud se requebrajo. Pero al fin, pudo meter su cuerpo en la funda de seda del dorado " uniforme " que le hizo Pepe Manfredi, el sastre de los toreros.
- Has vuelto a los toros, Ignacio - le decía Palacios Valdés -. porque te aburrías ; has vuelto por todo este estrépito. Ya lo has visto esta tarde en San Sebastián. Las misses del concurso del Kursaal no
tenían ojos más que para tí.
- El porqué me visto otra vez de luces no lo sabe nadie, Eduardo. Nadie. Aquí estamos dos hombres. Uno va a hablar ; el otro, a escuchar y ..... ¿ a callar ! ¿ Estamos ?
Hizo una pausa Ignacio, y continuó :
- Mi ilusión es Joselito. ( Se refería a su hijo, que luego en los ruedos, usaría el nombre compuesto de José Ignacio ) No ha cumplido aún dieciseis años y tiene dentro del cuerpo el veneno de los toros. Discretamente he querido apartarle de ese camino, sin reparar en medios. Cuando me retiré hace siete años, se dejó de hablar, en casa, de toros ; me hice aficionado al fútbol, presidí el Betis ; llevé al chico a todos los partidos.... Pero todo ha sido en vano.
Por la memoria del torero debieron pasar, en rápida sucesión, sus sacrificios económicos para que su hijo José y su hija María Teresa y su sobrino Pepito, al que quería como a un hijo cursaran estudios en Suiza, donde podían practicar los más diversos deportes.
En Pino Montano, montaron porterías para crear un equipo de fútbol. Allí estuvo Alfredito Corrochano con la idea de crear el mencionado equipo, pero un día debió descubrir una muleta y comenzó a torear de salón. Ignacio se llevó una sorpresa cuando descubrió a Alfredito y a su hijo José lidiando, mano a mano, en la plácita de la finca, con el carromato. " Pero.... niño....¿ que es
esto ? Y que le voy a decir ahora a tu padre ( don Gregorio Corrochano ) ( Alfredito, desde aquel día, ya no tuvo más ilusión que torear )
Ignacio reanudó " su " historia.
- Supe un día que Joselito andaba por los tentaderos como un maletílla sin padrino, jugandose la vida. Le recriminé cariñosámente. Decía que quería ser matador. A los toros, le dije, no se acerca uno más que por el dinero. y tú lo tienes. Es menester, hijo, acabar con esa chaladura. Tu misión es viajar, divertirte, trabajar en mis negocios, ser útil. " Papá, yo haré lo que tú quieras, ahora y siempre, pero a los toros se va también por afición. No pude replicarle. Entonces decidí, desesperado, hacer una prueba. Hable con los hermanos Miura, y les pedí un novillo para Pino Montano. Cuando me lo enviaron, le dije a mi hijo : Coge un capote, tú y yo vamos a torear un becerro sin que se entere nadie. Joselito lo lidió de manera formidable, hasta que en un descuido, el bicho lo atrapó y lo revolcó. Le hice el quite y me dijo : Ya ves, papá, como también puedo con estos becerros. " Pero tenía una clavícula rota ".
No se quejaba. Su padre le explicó :
Ya ves lo que hacen los toros. Y esto no es nada.. Mira este muslo - le descubrió la cicatriz de la cogida grave de quince años antes, y mientras mi mujer era ajena a cuanto había pasado en la plácita de Pino Montano, que yo sembre un día de maíz, para que no sirviera de redondel taurino, y no podía ni sospechar las angustias que le esperaban si Joselito se salía con la suya.
Ignacio, tomó esta resolución : Si algún día tiene que llegar a esta casa un hombre destrozado por los cuernos de un toro, que sea yo, y no el hijo de esta mujer que, por otra parte, conoce bien las angustias y las amarguras del toreo ( La mujer de Ignacio era hija de torero y hermana de Rafael y Joselito " El Gallo " ).
Ignacio, expresó al periodista su esperanza de que otra ilusión - un amor, por ejemplo - pudieran acabar con el gusanillo del toro. Al fin y al cabo, no sería el primero en cambiar de opinión ; tantos otros desistieron ante las primeras adversidades.
Decidida ya la vuelta a los ruedos, Ignacio pensó, primero en la feria de julio de Valencia. Recordaba las tardes de triunfo, y esperaba reverdecer sus laureles ante aquella afición.
Propuso torear tres tardes, dos de ellas, en carteles donde entrara Domingo Ortega, considerando que era el espada de más cartel en ese momento. Pero los excesivos entrenamientos agotadores quebrantaron la salud de Ignacio, y éste, aconsejado por sus mentores aceptó empezar a un ritmo más tranquilo. Por lo pronto. eligió para su reaparición la plaza de Cádiz, y como fecha 16 de julio de 1934. A la hora de comenzar el festejo sopla, con furia, el levante. Por la mañana, Ignacio baja a la playa de la Victoria, en bañador, en compañía de su amigo José Bello. Éste para aliviar el presagio del molesto ventarrón, argumenta : A lo mejor esta tarde cae un poco. No se inmuta el torero. " Si....., a veces ocurre eso ".
En el cartel Ignacio, Cayetano Ordóñez y Pepe Gallardo, un torero de la tierra, los toros de Dómecq.
Ignacio tuvo una tarde triunfal, cortó las orejas en sus dos enemigos.
De Cádiz saltó Ignacio a la otra punta de España a San Sebastián, donde el 22 de julio se celebra la corrida de la Prensa. Se anuncian toros de Concha y Sierra, y, como compañeros de cartel, Rafael " El Gallo " y Domingo Ortega. En el quinto obtiene Ignacio las orejas y el rabo. La prensa dice : " Ignacio vuelve con el mismo valor de siempre, y además con mejor estilo artístico.
El 5 de agosto despachó una corrida de Coquilla en Santander alternando con Victoriano de la Serna y Félix Colomo. Tuvo una tarde completa en todos los sentidos, en ABC de Madrid, titularía su crónica : Así lidiaba Joselito. Cuatro orejas y un rabo se ganó aquella tarde.
Sólo a punto de abandonar la plaza, y desde lejos, la descubrió Sánchez Mejías a Marcelle Auclair, y por señas se disculpó de no haberla encontrado antes. Pero tenía tanta prisa ; debía salir para La Coruña aquella misma noche. Y no podía entretenerse.
( Continuará )
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