Termina San Isidro 2014, 26 tardes de festejos de a pie, incluídas novilladas, nos falta la del domingo de Miura, y lo hace con el denominador común de casí todas las tardes la desilución de los sufridos aficionados.
Recuerdo cuando se hicieron públicos los carteles, la totalidad de los medios de comunicación coincidían en que eran unos buenos carteles y muy rematados.
De que sirve hablar de carteles rematados, si nos falla el toro, el principal protagonista de la fiesta, sin él todo queda desdibujado y lo de corrida de decepción se cumple en casí todas las tardes.
La bravura sin casta es imposible, porque la bravura es consecuencia de la casta. La bravura es más importante para el público y el ganadero y la nobleza para el torero. La auténtica bravura es la respuesta del toro al caballo, aunque luego moleste al torero. Que reciba los tres puyazos. Ese galope fuerte es el que da emoción. Para nada importa al aficionado el toro con estilo, el estilo lo debe poner el torero. Sin ese toro encastado y con mucha acometividad el aficionado se aburre tarde tras tarde en el tendido.
El ganadero de bravo en su dehesa desde que ejerce su profesión conoce que el objetivo principal es el disfrute de su ganadería, los resultados económicos ni los persigue, ni los conseguirá, porque no existen.
Comercializa un producto de difícil valoración y oculto hasta la lidia ; la bravura, lo que unido al exceso de oferta determina un mercado de competencia imperfecta con precios cada vez más a la baja.
Es el disfrute de su propiedad el que actua como una venta compensando inversiones y costes, inmovilizando su capital, pero él solo persigue obtener una satisfacción personal, pero que muy pocos consiguen.
La vida del ganadero es de sufrimiento, desde que hierra al becerro hasta que es toro y se lidia ; sufre cuando las cosas le salen mal ; cuando se le muere un toro, más que por dejar de cobrarlo, por la ilusión que tenía depositadas y ver que daba de sí. Sufre cuando de sus vacas se muere la mejor, o una de las mejores, o cuando aparece una enfermedad que le causa bajas y se desconoce de momento. Pero hasta viendo lidiar sus toros sufre el ganadero.
El ganadero por tanto con el toro pone su gran amor, es su afición y su vida, no su negocio.
Pero el ganadero debe estudiar cientificamente la falta de fuerzas y la falta de bravura de sus toros, así como estamos, peligra el futuro de la Fiesta.
Pero también tiene que solucionar la suerte de varas, para no verla, como hoy, convertida en el espectáculo más denigrante de la fiesta. Si el toro no tiene fuerza a que viene someterlo a un puyazo falso, levantando el palo el picador, y dejando en ridiculo al toro, al ganadero, etc, etc.
La suerte de varas que por desgracia tampocas veces vemos ejecutar bien, tiene dos objetivos principales, quitar fuerza al toro y ahormar y atemperar la embestida, pero esos básicos principios se obvian constantemente.
La mejora del toro de lidia exige, por parte del ganadero, poseer inmensos conocimientos relativos al mecanismo de la herencia para saber fijar caracteres que son muy convenientes al toro que cría en su ganadería.
Las sensaciones en el toro son muy intensas, especialmente las del olfato y oído.
El menor ruido que se produce en la dehesa, pone en guardia a todas las reses de la misma, y lo demuestran expectantes con una gran inquietud.
Los colores corrientes en la naturaleza son los mejor tolerados por el toro. Las capas de los caballos le afectan de muy diversa manera, excitando su acometividad, en primer término, los blancos, después los negros, y por último los castaños y alazanes.
Los toros son animales bastante emotivos ; cualquier fenómeno les irrita, como sucede hasta con las moscas, que a veces les hace estar con la cabeza metida entre la hierba o salir corriendo ciegamente con el rabo erecto.
Cuando contemplan en corro los toros una pelea, comentan sus incidentes en forma de rumor o verraqueo que anima a los toros luchadores.
Cuando alguna víctima surge, la plebe, rodea al muerto dando muestras de horror y hasta incluso de complacencia.
Les hago este inciso, hablando del toro en el campo, pues con el toro en la dehesa, la misma, se convierte en un espectáculo único y recomendable de observar por el aficionado.
Y, aunque no son contradictorias bravura y nobleza sino complementarias, siempre con predominio de la bravura que da denominación y carácter a la raza - ganado bravo - parece que la fiesta se ve abocada a un callejón sin salida.
Y parece que nadie piensa en regenerar la cabaña brava española, fundamento del espectáculo, pues se enarbolan la dulzura, bondad y docilidad del toro con falsas banderas de gloria en ganaderías prestigiosas solicitadas en su totalidad por las figuras del toreo, hay se encuentra el verdadero cáncer que postra a la Fiesta.
Hace dos mil quinientos años, el pensador chino Confucio definió la doctrina universal de la rectificación, y afirmaba que para resolver y ordenar el caos había que situar las cosas en su lugar adecuado y había que comenzar llamandolas por sus nombre verdaderos.
Veinticinco siglos después, viene a decirnos con claridad que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, sin mascaras ni añaganzas, para poder hacer frente a soluciones de los problemas que se planteen, si es que se quieren buscar soluciones. Curioso libro de Primavera y Otoño.
Para llamar las cosas por su nombre, hay que decir que el toro que exigen las figuras y sus apoderados, crían los ganaderos y contratan las empresas, apenas tiene nada que ver con ese toro fiero, bravo, noble y encastado animal cuyo último destino es morir matando ; ese toro que infunde miedo en los asientos de los tendidos y hasta suspende el ánimo.
Pero la segunda parte es más lacerante ese toro requiere unos toreros bravos, como él,
Tenemos que abandonar el espectáculo actual desprovisto de pasión, emoción, sentimiento, y cambiarlo por el de crear belleza en la fiesta en los tres tercios de la misma.
La fiesta sigue con sus luces y sus sombras de siempre, pero teniendo en cuenta la importancia del toro en la misma, sin toro, lo acabamos de ver estos días se desmorona el mejor cartel, por rematado que sea, y mucho público se queda en el camino no volviendo a los tendidos, pues el nivel de satisfacción exigible a una corrida de toros apenas se consiguió en una veintena de toros del serial, en los demás, poco o nada. ¿ Que menos, que fueran cincuenta toros, al menos, dos por corrida.
Pero los espectadores de San Isidro 2014, no siguen los dictados del entendido tendido 7, cuando el 7 pita ellos aplauden, y piden las orejas a precio de saldo, olvidando que en la Plaza de las Ventas las orejas siempre han tenido un valor añadido, pero que en este San Isidro ha bajado alarmantemente su cotización.
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