jueves, 21 de junio de 2018

LOS CABESTROS




Los cabestros, también denominados bueyes o mansos, podrían definirse como machos castrados que, formando paradas, acompañan al ganado por dehesas y corrales, conduciéndolos en los encierros, apartados y enchiqueramientos, arropándolos, rodeando las reses y obligándolas a seguirlos, evitando de esta forma que algún animal salga de la manada y se desmande.
Antiguamente los propios toros que resultaban mansos en la tienta eran castrados y convertidos en bueyes. Esto, como pueden imaginarse, tenía un grave inconveniente, y era que, de alguna forma, desprestigiaba a la ganadería en cuestión, y tanto más si el número de ellos era considerable y, sobre todo, si los bueyes resultaban buenos, ya que se catalogaba a la misma como " buena productora de cabestros ". Por otro lado se daba la frecuente y desagradable circunstancia de que estos animales solían arrancarse y embestir ante el más mínimo acoso a todo lo que se moviera, llegando a producir heridos e incluso muertos.
Los cabestros han supuesto uno de los principales objetivos del oído del toro bravo, y no es este, precisamente, su sentido principal, ya que le es de escaso uso. Prácticamente sólo lo utiliza para distinguir aquellos ruidos que le interesa conocer, como pueden ser los cencerros de los cabestros en la oscuridad.
El cabestro es utilizado en las ganaderías para aprovechar la característica del toro bravo de vivir en manada, que también les sirve para su cría y explotación. El manso es imitado y seguido por el de lidia hasta el punto de convertirse en su auténtico conductor, lo que le pone de manifiesto la timidez de este, su instinto social de manada y, por supuesto, la aceptación de su defensa  en cuando se separa de ella, ataca y se violenta con todo lo que le entorpece o impide su querencia. Ese seguir los movimientos de los cabestros permite al mayoral y al resto del personal de la ganadería realizar todas las maniobras dentro de la dehesa sin cuyo concurso serían, si no imposibles, sí muy difíciles de ejecutar.
La doma se produce a los catorce o quince meses de edad, una vez que han sido castrados, si bien hay cabestreros que consideran la edad ideal entre los dos y tres años.
Estos animales no tienen por qué proceder de la raza de lidia, es más habitualmente tienen su ascendencia en razas de retintas de Andalucía y Extremadura, la morucha salmantina, y por supuesto en los berrendos que tan frecuentemente comtemplamos en las dehesas de bravo y en las plazas de toros.
El tipico ejemplar de cabestro de la raza morucha es de cabeza huesada, con cuernos largos y retorcidos, dirigidos hacia arriba y hacia atrás ( cornivueltos ), duros de patas y rústicos, grandes, vastos y feos de hechuras. Tienen los ojos saltones y de gran vivacidad, como corresponde a su temperamento marcadamente nervioso.
Los berrendos en negro, jaboneros, castaños y colorados, no son moruños puros, pues proceden de antiguos cruces; son resistentes y duros de pata, ofrecen gran rendimiento en el manejo de bravo, a la vez que vistosidad.
La denominación de berrendo se hace aludiendo al color que se alterna con el blanco de la pinta, suelen ser berrendo en negro, berrendo en colorado o berrendo en castaño.
Cuando la procedencia del cabestro es del ganado de lidia, esa pequeña dosis de bravura que les queda tras la castración puede ser interesante, hasta el punto en que llegan a erigirse como guías de la parada y pueden manejar los animales más difíciles de la manada. Pero lo habitual es escoger animales de capas berrendas, en negro o en colorado para distinguirlos bien en el campo, y, por lo general, todos del mismo color.
La castración produce unos efectos secundarios muy significativos. En primer lugar la tendencia al engorde y al volúmen, con un significativo cambio de temperamento, volviéndose los animales apacibles, dóciles y tranquilos. La piel se torna más gruesa y los cuernos experimentan un aparatoso desarrollo.
Se utilizan dos técnicas para la castración. La castración a testículo abierto corte en corona o longitudinal, y a testículo cerrado, utilizando las pinzas Burdizzo o el lastrador.
El primer método es, hoy en día, el más utilizado.
C. Sanz Egaña decía el profesor veterinario en su libro, el toro imita al cabestro. Este instinto de obediencia que tan determinante e imprescindible fue tiempos atrás, cuando los traslados de reses e incluso ganaderías enteras habían de hacerse " al paso ", por cañas reales y cercados, aprovechando generalmente la templez de la noche, continúa siendo necesario hoy en día.
Que bonito es ver trabajar a una parada de cabestros bien adriestados cuando el cabestrero les demanda, con la única orden de una voz o un simple silbido, como nos deleita Florito tantas tardes mayoral de la Plaza de Toros de Las Ventas.
Qué duda cabe de que se precisa mucho tiempo y dedicación para adiestrar bien a una parada de cabestros, pero los mayorales saben que vale la pena esa inversión de tiempo por los resultados que va a obtener.
No todos los cabestreros poseen las mismas características. Estas diferencias son decisivas a la hora de clasificarlos para que ocupen la posición adecuada dentro de la parada.
Los más nerviosos y ligeros serán los encargados de abrir el camino acompañando al caballo del mayoral. Estos serán domados en este menester durante varios días, teniendo la precaución de que no sean maltratados ni hostigados bajo ningún concepto, aunque al principio realicen mal las operaciones encomendadas, pues, para su correcto adiestramiento, los cabestros deben ser acariciados.mimados y llamados por su nombre, de tal forma que se sientan seguros y disfruten con la compañía del caballo y el jinete.
A los bueyes de estribo se les enseña a acudir a las puertas de los cercados y los encerraderos, así, un par de veces por semana, los cabestros los sitúan en la plaza para que aprendan a obedecer las voces que deben relacionar con las puertas.
Es importante la correcta colocacíon de los cencerros. No todos los cabestros llevan el mismo tipo. Los de estribo, por ejemplo, más que un cencerro, lo que llevan es una campanilla colocada en un ancho collar de cuero. Los de caballo y tropa portarán cencerros pequeños y los de zaga son a los que se les colocan los más grandes y de sonidos más broncos, siendo los animales de más peso, más lentos, y destinados a recoger los toros que pretenden volverse. Al conjunto de cencerros se les denomina en algunas zonas el alambre. El mayoral aprovecha el momento en que se coloca el cencerro para bautizar al buey que aún no tiene nombre concreto, y lo hace utilizando palabras llanas, de fácil pronunciación, generalmente cuatro sílabas.
Los cabestros sufren en su vida infinidad de accidentes de trabajo ; a muchos de ellos se les sale el fémur al entrar al galope en los corrales, victimas de los empujones tremendos, o de los toros que los lanzan contra las esquinas de las puertas, cuando no los cornean. A otros hay que matarlos porque se resabian, no obedecen, no guardan la disciplina. Por lo general, al cumplir los quince años se llevan al matadero y se sustituyen por aquellos más jóvenes, que irán aprendiendo junto a los viejos sus quehaceres, siempre procurando su repetido pelaje en berrendos, mucho blanco, para que desde lejos el ganadero, vaquero, cabestrero, sepan, de un golpe de vista, donde están.
Sólo para algunos cabestros buenísimos, superiores, a los que se les reserva un final de lujo ; pasar al servicio de los corrales de las grandes plazas. Cerrajero, un cabestro de Santa Coloma fue vendido a los veinte años para la plaza de Valencia. Se sabía quedar atrás como nadie.




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