domingo, 12 de octubre de 2014

MANOLO BIENVENIDA ( CAPÍTULO II )



A pesar de estar en Madrid, sin anestesia, un médico cuyo nombre borró el torero de su recuerdo, le mandaron al hotel en una camilla. La noche fue muy mala.
- Siento que la vida se me va, Pepe.
Pero a la mañana siguiente vino el gran cirujano don Lázaro Pindado y ordenó que corrieran la cama al centro de la habitación
En el suelo había cuajarones de sangre y el colchón estaba calado. Nuevas curas. A los ocho días sacaron de la herida un trozo de taleguilla de casi cuatro dedos de ancho.
En las horribles operaciones, por no gritar, se partió los dientes.
Un mes y otra vez, lentamente la vida. Y al término de los treinta días, Sevilla. No se encontraba bien y llamó a don Gonzalo Blanco. Estudió la herida, su trayectoria.
- ¡ Qué crimen han hecho con esta criatura ! Tiene partido el nervio ciático y le han dejado inútil.
La pierna izquierda estaba inmóvil, de piedra hasta los dedos del pie. Las ilusiones... Pedía la muerte a gritos y quería dársela. El doctor Blanco llevó a Manuel a Barcelona y allí Bravo, ilustre médico, diagnosticó que para encontrar las fibras rotas y posiblemente muertas, tendría que abrir el miembro hasta el tobillo. Barraquer, especialista, le puso corrientes intensas que le quemaron la carne. Su opinión, muy pesimista. Bienvenida era un caso perdido. El doctor Blanco, Pepe y el amigo Alberto Robles que le acompañaron quedaron desolados.
Tenía fe, pedía a la Virgen de los Milagros, patrona de Bienvenida que le curara, ofreciéndole para su ermita una pierna de plata. En Cartagena le vió el doctor Maestre.
- Usted no podrá vestirse más el traje de luces.
Otra vez a Madrid; desaliento, la negrura ante las opiniones de los médicos más famosos.
Un picador Monerri, cierto día le dijo :
- ¿ Por qué no vas al doctor Decref ?
- ¿ Quién es ?
- Un tio que me ha curado un porrazo del que no me sanaba nadie.
Y fue a verle, contándole aquel calvario, indicándole que el doctor Maestre le recomendó un médico de Berlín.
- Ven mañana a las ocho en punto. Voy a ver si en España hay médicos que operen como los extranjeros.
Así comenzó la larga y penosa curación. Luchó con el torero por espacio de cinco meses y durante tanto tiempo ni un solo día dejó de verle.
En este momento apunta el idilio que ha sido la base de una vida y su fundamento sentimental.
Granado y maduro para el buen amor, con veinticinco años ya. Lo había tenido todo en su carrera, llegó el triunfo absoluto y en su cúspide, cae derribado, al parecer de un modo definitivo. Esos amigos, esos halagos del triunfador, se fueron con la sangre, a raudales también. Quedó solo, peor aún, acompañado por los que mentían y esperaban el fracaso.
El cuarto del hotel, lleno de gentes al vestir el traje grana y oro de la corrida de Trespalacios, apenas se sentía la huella de alguno, al que el torero importaba menos que el hombre.
En los minutos de pena y desaliento, conoció Manuel a la que debía ser su esposa. Tenía dieciseis años impregnados de la belleza más fina que pudiera concebir un alto soñador. Era hija de un tallista modesto, Carmen había nacido en Sevilla y vivía en Madrid  en la Cava Baja, 8. La belleza de la niña impresionó a Manuel y buscó su amistad en busca de su cariño.
-¿ Por qué es usted torero ?
Y la para Bienvenida insólita pregunta, sólo podía tener una contestación.
- ¿ Que quiere que sea ?
- Bueno.... Cualquier cosa menos torero.
Había en su modo de interpelar un dejillo de temor por el oficio.
Porque en sus esperanzas de volver a los ruedos, fundíase el miedo a no ser lo que fue. En la blandura del afecto femenino convalecía el espíritu, y en la energía del doctor Decref. Fueron novios y como al calor del corazón, latieron los tendidos. Una tarde al aplicarse las corrientes, pequeño movimiento en los dedos del pie, dió la señal de la convalecencia. El médico le abrazó emocionado.
- He triunfado, Manuel, pronto podrás torear de nuevo.
- ¿ Esta misma temporada, don Joaquín ?
- En abril.
Corrió a dar la noticia a la novia y la alegría de Manuel batió contra la tristeza de Carmen.
- ¡ En abril volveré a ser quien fuí !
Y lloró. Ella concebía su hogar de manera distinta.
Entre los aficionados el revuelo fue inmenso.
Ya ilusionado pidió quince mil pesetas a sus amigos los Pérez Tabernero, y con ellas comenzó a hilvanar realidades.
¡ El dinero de los toreros ! La leyenda era entonces m,enos cierta que ahora, aunque hoy sólo ganan para guardar lo suficiente una docena de profesionales.
Las cantidades son muchas, pero los gastos son más.
Después de muchos años de ganarlo, no tenía más que unos brillantes que fueron los que le salvaron de otras penas, en los primeros meses.
La casa de Sevilla era gastosa, su índole también. Y entonces herido, se encontró pobre, como lo fue al presentarse en Madrid, vistiéndose en la pensión de doña Maximiliana.
Para que toreara, Decref inventó un aparato que ocultaba el defecto a los ojos de los espectadores, porque, en aquella época, los dolores de los toreros se recataban al público. El aparato consistía en una bola alta con forma de zapatilla en su parte inferior y la media cosida a ella. La bota ceñía la pantorrilla y un fuerte muelle, entre las dos suelas de la planta, empujaba el pie hacia arriba al flexionar la pierna. Contrató los servicios de un cirujano joven. Necesitaba un médico para que le diera masaje y corrientes, y un cirujano por si tenía la desgracia de nueva cogida. Este buen doctor acepto la proposición de pagarle quince mil pesetas anuales y los gastos en los viajes.
Fue tanta su bondad que curó a los compañeros heridos en las corridas que Bienvenida toreó Juntos estuvieron hasta 1913.
En abril llegó la primera corrida en Barcelona. Se vió con una falta de facultades enorme, la pierna fallaba y varias veces estuvo a merced de su enemigo.
En San Sebastián cortó una oreja.
Habló Manuel a su madre, ya al borde del casorio. La madre, no quería y tuvo que traerla a Sevilla para que la conociera.
- Esta bien, dijo como comentario cuando la preguntó con ansia su opinión.
Se casaron el 17 de septiembre de aquel 1911, en la iglesia Catedral de San Isidro, de Madrid, rescindió la corrida que debía torear en Madrid la tarde de su boda.
Pensó que sería bonito casarse por la mañana y torear por la tarde. Pero por complacer a su esposa no lo hizo.
( Continuará )




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