miércoles, 24 de octubre de 2012

IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS (CAPÍTULO II)




Mi padre, cuenta José, tenía en Gelves una casa con un huerto al que llamábamos "El Algarrobo". Allí hizo una pequeña plaza de toros y en ella han aprendido mis hermanos el oficio.
En casa, confiesa tristemente Ignacio, no hay una plaza así. Pero tenemos la huerta "El Lavadero" en la que podemos torear los becerros de las vacas lecheras. Lo malo es que mi padre no va a dejarnos...
Se lo propones a lo mejor, accede.
Ignacio plantea hábilmente el asunto a su padre.
Le dice que el hermano pequeño de Rafael " El Gallo " le ha pedido permiso para ir a la Huerta del Médico como llamaban en Sevilla a la finca.
Vacila el doctor. Tiene cuatro años menos que yo pero para ser torero hay que empezar muy pronto.
Y en la huerta del médico empezaron las lecciones de tauromaquia.
Tardes después van también otros chicos que con Ignacio simulaban las suertes del toreo en las afueras de la ciudad. Y en seguida es popular en Sevilla aquella invasión de mozalbetes que tiene lugar en la Huerta " El Lavadero " que poco a poco adquiere el carácter de Escuela Taurina sin maestro que la rija.
La curiosidad que despierta aumenta la presencia de aficionados y por fín llega a conocimiento del padre de Ignacio y éste llama enseguida a su hijo para prohibirle que se mezcle con los aficionados taurinos y para exigirle que continue seriamente sus estudios.
¿ Porqué tú? - le dice - has de ser médico, como tu hermano José.
Ignacio hace un gesto de disgusto. Más no se atreve a replicar. Baja humildemente la cabeza. Y hasta se propone estudiar las últimas asignaturas del Bachillerato, para poder matrícularse en la Facultad de Medicina.
Pero a Ignacio se le desvanecen siempre sus propósitos estudiosos. No consigue la atención sobre los libros de texto. Le aburren, le parecen innecesarios para andar por la vida, le ponen de mal humor....
Hay dos versiones contradictorias en cuanto a los estudios de Ignacio. Según una de ellas, el muchacho termina el bachillerato y se matrícula en la Facultad de Medicina.
Según otra, no logra aprobar las últimas asignaturas en el Instituto, pero ante el temor que su padre se disguste y le cercene más su libertad para ejercitarse en el arte de la lidia, le oculta sus malas notas y le asegura que es ya bachiller, simulación que no le permite matricularse en la Facultad pero no le priva de asistir a las aulas de Medicina en calidad de oyente.
Sea cual fuere la verdad de lo ocurrido, la obtención del titulo de bachiller o la imposibilidad de conseguirlo, lo que sí resulta cierto es que Ignacio acude a las clases de la Facultad de Medicina de Sevilla. Y de aquella época se conserva una fotografia en la que aparece el futuro matador de toros con sus compañeros de cátedra.
En cualquier caso, la asistencia de Sánchez Mejías a las clases de la Facultad no dura más de un curso, y aun dentro de éste, no con mucha perseverancia.
Fácilmente se escurre de la asiduidad, la quebranta con cualquier pretexto y, en cuanto puede, se va a pasar el día con los amigos que, como él quieren ser toreros.
Aceptando la versión de que Ignacio ocultará a su padre sus malos resultados académicos y de que el engaño, fuera descubierto y originara una grave desazón familiar, el aire rotundo con que el estudiante frustado decide abandonar su casa, y Sevilla, y España, tiene una interpretación fácilmente explicativa. Más aunque los hechos no ocurrieran así, es decir aun cuando no existiera esa ingenua farsa del Bachillerato concluido, es natural, que el padre, al darse cuenta de que Ignacio no tenía afición ninguna a la Medicina y de que esquivaba las clases y rehuía el estudio, se mostrase irritado y exigiera al hijo una rectificiación de conducta.
Rectificación que Ignacio no tiene fuerzas para hacer, porque sabe que ha de quedarse nada más que en propósito cuanto diga y cuanto prometa.
Y el valor que tantas veces le faltara para hacer presente a su padre cuál es su vocación y cuál su destino, se pone en pie vigoroso y rotundo ante la admonición paterna, a la que responde, serena pero enérgicamente, que nunca será médico, porque él no quiere ser más que torero.
Y, para serlo, Ignacio emprende su primera y gran aventura.
Ignacio madura un plan sorprendente. Se trata de cruzar el charco e irse a las Américas, a probar fortuna, Ignacio tiene diecisiete años. Cómplice y promotor de tan descabellado proyecto es otro muchacho de casi la misma edad, Enrique Ortega es primo de los Gallos. Luce ya un apodo taurino, " el Cuco ".
Va a zarpar de Cádiz, el Manuel Calvo, dos muchachos sigilosamente audazmente han llegado a las bodegas del transatlántico, se han escondido en ellas y han dado asi comienzo a su aventura.
El Manuel Calvo va a Nueva York. Lleva un pasaje numeroso y en el puerto hay también gran cantidad de personas, familias y amigos que han acudido a despedir a quienes emprenden la travesía.
La sirena del barco abre la vía a todos los suspiros del adiós que se queda empapado de lágrimas.
¡ Ya anda ! dice estremecidamente Ignacio desde su escondite.
Los dos se sientan entristecidos, acobardados y con deseo de llorar. A ellos no les despide nadie. Parece que las lágrimas que llevan en el corazón se les van a subir a los ojos. Pero se esfuerzan en no decaer y en que su mutua entereza sea mutuo ejemplo.
A esa hora comentará la vecindad de Sevilla, se han escapado el hijo del médico y los mas enterados dirán también : Se ha ido porque dice que quiere ser torero.
" El Cuco " es un chico de San Fernando, primo de los Gallo y ambicioso de una fama como la que tiene Rafael. Ha toreado con Sánchez Mejías en los cerrados y han hecho una fraterna amistad.
( Continuará... )






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