sábado, 23 de abril de 2011

JUAN BELMONTE (CAPITULO VII )



Juan Belmonte entró en París con un sombrero de ala ancha que fue la atracción del boulevard de los Italianos, durante las pocas horas que el trianero anduvo por la ciudad.
Por la noche le llevaron a un cabaret llamado "La Feria" en el que Juan fue agasajado hasta el amanecer.
Al día siguiente tomaba Juan en el Havre, el barco que había de llevarle a la otra banda del Atlántico.
En el Impérator iba también Rodolfo Gaona, pero el torero azteca demasiado sensible al marco, apenas si asomó la cabeza por cubierta ; Juan, en cambio estaba en todas partes, sin sorprenderse de nada como si ya estuviese de vuelta de todas las cosas.
Cuando el trasatlántico ancló en los muelles neoyorquinos, Belmonte saltó a tierra, convertido en un turista perfecto.
Al hombro le colgaba una máquina fotográfica, así iban los ingleses por las calles de Sevilla, y en su interior le bailaba un profundo desdén por aquellos bloques inmensos de edificios, por aquel tráfico endiablado, por aquella prisa incomprensible de la gente.

Las noticias de que los triunfos de Belmonte llegaron hasta Méjico crearon en el ambiente taurino de la capital una expectación enorme.
Por entonces, cualquier opinión de un crítico madrileño era conocida en las tertulias taurinas mejicanas horas después. Por eso no es de extrañar que los aficionados aztecas hicieran a Belmonte un recibimiento apoteósico.
Desde la estación al hotel donde iba a hospedarse, una multitud, en la que mezclaban humildes y poderosos, acompañó al torero entre vítores y aclamaciones.
Ni que decir tiene que los periodistas mejicanos entablaron un cortés pugilato para mejor servir a sus lectores en cuanto a Belmonte se refería.
Juan tuvo que contar varias veces las incidencias de sus comienzos y, naturalmente, responder a las preguntas indiscretas o inocentes, que le hicieron los periodistas mejicanos.

El día 9 de Noviembre de 1913, fue la presentación en Méjico, con toros de San Diego de los Padres y alternando con Vicente Pastor.
La crítica volcó de nuevo sus más sinceros elogios sobre el arte de Juan Belmonte.
Los mejores periodistas de la vieja capital de Nueva España proclamaron con unanimidad los méritos indiscutibles del trianero, con frases que no se habían escrito desde los tiempos del malogrado Antonio Montes.
Y luego decía El Imparcial," ¡ es preciso ver torear a este coloso! Es preciso verle para darse cuenta de que en él todo está en armonía ; que se abandona de tal suerte a ese su juego terrible y mortal ; que seguramente, en aquellos momentos, el mundo entero está encerrado para él en estrecha cuna de sus adversarios y en las miradas enloquecidas de esas 20.000 pupilas que, clavadas en su persona, siguen conmovidas por el espanto, toda la gracia audaz, toda la agilidad sorprendente que hay en sus movimientos."
Y añadía después el revistero : " Su hazaña con la muleta en el primer bicho merece los honores del mármol y quedar esculpida en el más alto fontis del templo de ese arte fascinador del toreo ".
Tampoco escapó a los críticos mejicanos la originalidad del arte de Juan. El Independiente, por ejemplo, decia : " Se dice que Belmonte recuerda a Montes ; se asegura que la efigie del nuevo astro es una remembranza de aquel lidiador, que ya nos parecía algo nuestro."
Error, inmenso error. Belmonte no se parece a nadie.
"Ya le vimos, ya no nos guía ese fárrago de crónicas que hablaban de Belmonte como algo sobrenatural."
"Ya le vimos, y nos parece que todos los elogios que se han dicho del fenómeno son tibios, incoloros."
"¡ Belmonte es más grande que su fama !".

Dieciocho corridas toreó Belmonte, entre la Capital y los Estados. En siete de ellas tuvo como rival a Rodolfo Gaona, el torero mejicano más famoso de aquellos años. Casi desde el principio, el público, que gusta de las competencias taurinas, se empeñó en poner frente a frente a uno y otro.
En Méjico, en Veracruz, en San Luis de Potosí, en Nogales, en todas las ciudades importantes, la afición se dividió en dos bandos.
Gaona, que era un torero muy completo, muy clásico, apreció en lo que valía la competencia, y en una carta, escrita a don Pedro Nau, un buen amigo español, que había vivido mucho tiempo, en Méjico, dijo lo siguiente : "Ya estamos, querido don Pedro, frente a frente Belmonte y yo." "Lo mismo los españoles que mis paisanos de Méjico, no saben vivir sin sembrar odios taurinos." "Por gusto de todos, nos encerrarían a los dos juntos en una jaula para que acabáramos el uno al otro a mordiscos y puñetazos."

Pero resulta que Belmonte es azúcar pura, en punto a bondad e intenciones. No tira una ventaja ni sabe hacer una mala faena al compañero.
Torea en su toro y no estorba en el que le corresponde. Maera que va mucho con Calderón y con Pinturas, me ha dicho que Belmonte tiene muchas ganas de verse en Madrid conmigo.
Un domingo, la Empresa de Méjico organizó un cartel con las máximas garantías. Se lidiaron seis toros de Piedras Negras para Vicente Pastor, Gaona y Belmonte.
Despertó la combinación tal entusiasmo entre los aficionados, que el viernes, dos días antes de la corrida, se habían vendido veinte mil localidades.
Belmonte, que se hallaba en una finca con unos amigos, sufrió un percance al torear una vaquilla, y la herida le impidió torear en Méjico. Cuando la Empresa colocó los avisos anunciando que Belmonte no toreaba y que, por tanto, Gaona y Pastor despacharían la corrida mano a mano, diecisiete mil espectadores se apresuraron a devolver sus entradas. Y lo que iba a ser un lleno completo se convirtió de la noche a la mañana en una mala entrada.
Tal era la popularidad que el diestro de Triana conquistó en su primera temporada en Méjico.

Tanto creció la fama de Belmonte en Méjico, que hasta el presidente de la República, general Huertas, sintió deseos de conocer personalmente al diestro. El general envió a Juan un emisario, para invitarle a comer.
El presidente acogió a Belmonte con condialidad y se pasó un buen rato oyendo hablar al "fenómeno". Después de la comida, el general obsequió a Belmonte con una espada que tenía en gran estima, por haberla llevado en reciente y memorable ocasión (cuando fue proclamado presidente de la República ), y Juan prometió convertirla en estoque y estrenarla el primer día que torease en Madrid.
En Méjico se estaba muy bien... Belmonte lo proclamaba entre sus amigos de verdad.
Años después confesaría que en aquellos meses fue cuando se sintió "amo del mundo ". Le sobraba el dinero y las aventuras. ¡ Para qué más !.

Pero en Febrero, Belmonte emprendió el regreso a España, deseoso de encontrarse entre los suyos de nuevo.                                 (  CONTINUARÁ... )



Les sigo mostrando fotografías del 2º Curso de Aficionados Prácticos, en Encina Hermosa.





1 comentario:

  1. Quiero felicitarte , tu blog es una verdadera maravilla.

    Antonio

    XIII Conde Yndiano de Ballabriga.

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